viernes, 4 de septiembre de 2020

Relato

 

Detrás de una paella




En la paella solo quedaban los restos del homenaje que se habían dado: cabezas de langostinos, conchas de mejillones, algunas conchas de almejas, limones exprimidos, trozos de pan, y los cubiertos y vasos de plástico que les habían puesto en la tienda, junto con las botellas de vino, ya vacías.

El tren Regional Express, se encontraba ya camino de Burgos, habían pasado la localidad de Pancorbo y Briviesca, los viajeros en bicicleta se subieron en Miranda de Ebro, localidad donde el organizador creyó conveniente terminar una ruta que había pensado desde el invierno anterior.

Sabiendo que en Miranda de Ebro existía una tienda de comida para llevar, se le había ocurrido que, que mejor desenlace de la ruta, que encargar un arroz, unas cuantas barras de pan, vino y comerlo en el tren, una vez que todo, bicis y personas ya estuvieran instalados, y así fue.

Una vez colocadas las bicicletas y después de que pasará el interventor del tren pidiendo los billetes y el permiso de las bicicletas se instalaron en el suelo del vagón,- hay que decir que aquellos trenes regionales de entonces, disponían de un espacio diáfano donde poder colocar holgadamente seis bicicletas, sin molestar a nada, ni a nadie- donde colocaron la paella, todavía caliente, pero, ya reposado el arroz; que decir, cuando levantaron el trozo de papel que tapaba aquel majestuoso monumento a la gastronomía del país,¡bueno!, aquello era Arte, puro arte con mayusculas.

Se miraron todos con satisfacción y alegría, cual visión mística teresiana, aquello fue un orgasmo comunitario elevado a la séptima potencia, aquellos efluvios, aquellos aromas que emanaban del “cuadro” que tenían enfrente superaban con creces la magdalena proutsiana, pues… 

Detrás de aquella paella aparecía una mujer leyendo en un tren “El corazón de las tinieblas”, unos bailes echados en las fiestas de Polientes, un cura que explicaba los detalles en piedra de la Colegiata de San Martín de Elines, al mismo tiempo que miraba de reojo las sinuosas curvas de una mujer, detrás de aquella paella se encontraban los buitres majestuosos volando encima del cañón del río Ebro, los frescos e inteligentes diálogos en un mesón de Valdelateja, la paciencia de un compañero de ruta en arreglar una cadena eslabón por eslabón, un puntual panadero trayendo el pan recién hecho nada más salir de los sacos de dormir, detrás de aquella paella se encontraba un paseo bajo las estrellas por los montes Obarenes y el armonioso canto de un mirlo en la noche.

Detrás de cada bocado de arroz, se encontraba el lento transcurrir del tiempo, deslizándose sobre unas bicicletas, detrás de esos, casi, lujuriosos fluidos que salían de las cabezas de los langostinos empapando las manos, se encontraba aquella fresca sensación de las aguas del río deslizándose por la piel al amanecer, detrás de cada sorbo de vino se encontraban las risas y las buenas luces de aquellos rostros henchidos y llenos de la belleza del desfiladero del Ebro, a su paso por Santa Maria de Elines y Orbaneja del Castillo, detrás de esos pringues de trozos de pan en el fondo de la paella, se encontraban aquellos buenos diálogos casi socráticos donde se arreglaba el mundo y por ende la vida; entre risas, chascarrillos y algunas alabanzas al manjar del que estaban dando buena cuenta, fueron vaciando la paella y las botellas y llenando casi al mismo tiempo sus miradas de brillos, luces y buenas sensaciones.

Detrás de aquella paella se encontraba aquel tiempo vivido en armonía, con un ritmo pausado, tranquilo, sin prisas; un tiempo que fluía por si solo, sin agobios por nada ni por nadie, donde la luz acariciaba las hojas del bosque peinándolas de este a oeste, dejando que las sombras se deslizaran junto a aquellos viajeros en bicicleta como si fueran un único ser.

Detrás de aquella paella se encontraba un tiempo pasado, donde alguien, un día de invierno imaginó, sobre un mapa del norte de Burgos, un recorrido, donde deslizar unas cuantas bicicletas y llegar a imaginar rostros, miradas y sonrisas llenas de belleza.

Detrás de aquella paella se encontraba, sin saberlo o, sabiéndolo, la vida.




A todas aquellas personas que hicieron de la ruta: Merindades III, algo sublime.