jueves, 28 de noviembre de 2019

Fotos

Sombra de bici I

Sombra de bici II

miércoles, 30 de octubre de 2019

Relato

El Encuentro

Había quedado con Pierre a media tarde para ir a unas conferencias sobre personas que habían realizado viajes en bicicleta alrededor del mundo, la cita era en un pueblo cercano a la sierra, en el salón de actos de un instituto. Como Pierre no tenía coche me convenció para que fuéramos juntos en mi destartalado, viejo, pero práctico, “cuatrolatas”, y de paso me presentaba a otras personas relacionadas con el mundo de la bicicleta y de los viajes en bici.
Hacía tiempo que no organizaba rutas para una asociación y estaba un poco desvinculado de ciertos temas relacionados con los viajes con alforjas. Los limites impuestos por la empresa de ferrocarriles del país a la implantación de accesibilidad para las bicicletas y de espacios diáfanos en sus trenes habían hecho que mi interés por organizar rutas para muchas personas se hubiera volatilizado, hubiera desparecido, como si un tsunami hubiera arrasado mi capacidad y voluntad para hacerlo. 
Era una tarde fría y desapacible de mediados de invierno del 2013, había quedado con Pierre al lado de la estación, cercana a mi vivienda, la luz de la tarde estaba tamizada por pequeñas nubes que envolvían la pequeña ciudad en los extraradios de la gran ciudad donde vivíamos los dos. 

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Eran los años 90 del siglo pasado cuando decidí salir de la metrópoli donde nací y vivir alejado del mundanal ruido, de ese monstruo que se había convertido la ciudad, aunque he de decir que toda mi vida la pasé en un barrio-isla donde imperaban los árboles y la vegetación y el fragor y el estruendo del tráfico y las multitudes no llegaban hasta allí, el barrio conocido por su dehesa históricamente llamada dehesa de Amaniel era un oasis dentro de la ciudad. Allí empecé a valorar la Naturaleza, los árboles, la vegetación, los pequeños pájaros que en ese bosque de pinos vivían y que me rodeaba día tras día, aprendiendo y respetando el entorno y el medio ambiente. 
Me acuerdo que cuando llegué a mi nuevo hábitat, lo primero que percibí era amplitud de distancias y silencio en sus calles, ausencia de tráfico y de coches aparcados en sus calles, un aire un poco desangelado, pero, ¡claro!, viniendo de donde venía era hasta cierto punto lógica esa sensación.
Enfrascado, en mis primeros trabajos de acondicionamiento de la vivienda que había adquirido, iban pasando los días, yendo al trabajo y realizando algunos viajes en bici, descubriendo e intentando conocer el entorno y los paisajes que rodeaban la ciudad que había elegido para vivir fue pasando el tiempo; un día que regresaba de recorrer en bicicleta una zona que rodeaba un soto privado, mis ojos se clavaron literalmente en otros ojos, estos de un azul eléctrico, casi tan eléctrico como la corriente que me entro al instante. ¡¡Uff!!, pensé para mis adentros, que belleza de paisaje. La chica vestía para colmo de casualidades un vaporoso vestido azul y se encontraba como esperando a alguien.
Pasó tiempo de esta escena y habiéndome olvidado casi por completo de esos preciosos paisajes que había visto en esos ojos azules, una mañana, de las que salía a entrenar por un secarral al que llamaban en aquellos tiempos parque central dio la casualidad que me volví a topar con la chica de los ojos azules, pero esta vez iba andando con un perro negro a su lado, tranquila y relajada, escondida bajo unas grandes gafas de sol que impedían apreciar aquellos bellos paisajes. Fugaz visión que tardó en volver tiempo después, pero esta vez cuando me encontraba sentado y recostado a la sombra de una encina; había comprado el periódico como solía hacer cada domingo, cuando levanté la vista del papel y observé que a lo lejos venía como flotando una chica, con una diadema en el pelo, con un correr grácil, etéreo, sin esfuerzo aparente, me fijé cuando estaba más cerca y pudo comprobar que era ella, la de los bellos y azules paisajes en sus ojos,… y así, despacio, lentamente, con un trote atlético de otro mundo, desapareció.   

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Llegamos con tiempo, aparqué el cuatrolatas y nos acercamos a la entrada del Instituto, allí Pierre empezó a saludar a algunas personas que se encontraban en la entrada y, yo, por casualidad reconocí a un viejo amigo de los tiempos heroicos del movimiento ciclista de los años 80, llamado Javier, nos saludamos con afectuosidad y hablamos de los viejos tiempos mientras iban llegando poco a poco las personas que iban a estar presentes en el acto de presentación de la conferencia; saludando y abrazando fue pasando el tiempo hasta que de pronto al ir a saludar a otro antiguo colega de batallas biciclistas, mis ojos, de nuevo, después de tantos años, se clavaron en unos ojos azules, aquellos mismos paisajes azules de aquella chica, ya no tan joven, que había visto en aquella esquina.

Lo que sucedió tiempo después …

martes, 3 de septiembre de 2019

Relato veraniego

El pedido

Estaba ahí, tirada, en medio del asfalto, entre el paso de peatones y el semáforo. No se movía, todo parecía presagiar lo peor; la bicicleta doblada y sin la rueda delantera, que había salido disparada unos cincuenta metros. El golpe había sido brutal, la camioneta empotrada entre las marquesinas y las farolas, la barandilla, al ras del bordillo, partida,… la escena era impactante. 
Y, pensar, que todo empezó días atrás, cuando Virginia hizo una compra online de unas botellas de licor y unas magdalenas que elaboraban en el Monasterio de Leyre, allá por Navarra; el licor lo elaboraban los monjes con hierbas del entorno y lo conocía de cuando una vez haciendo una ruta por el norte del país habían recalado en el Monasterio y comprado en su tienda productos elaborados allí. El licor unido a las magdalenas te llevaban al mismísimo cielo.
Los monjes recogían las hierbas en la sierra de Leyre y producían pequeñas cantidades de licor en su pequeña destilería cercana al Monasterio. 
De la orden de San Benito, los monjes seguían fielmente la doctrina de su fundador: “Ora et Labora”, afanándose en su día a día rezando y trabajando sin apenas tiempo para nada más.
Cuando el hermano Simón abría el correo, en el ordenador, anotaba los pedidos de los clientes y se lo comunicaba al hermano Pedro, que era el que se encargaba de colocar y empaquetar los productos en sus diferentes cajas, embalarlas y colocar la etiqueta de identificación del receptor del pedido: nombre, dirección, ciudad, etc; y colocar los paquetes en su sitio para cuando llegará la empresa de paquetería estuvieran bien colocados y listos para llevárselos. 
Al día siguiente, muy temprano, llegaba Javier, el empleado de la empresa de paquetería con su furgoneta y cargaba los paquetes llevándoselos a la central de reparto, donde desde allí se distribuirían los pedidos a cada lugar de destino; grandes trailers surcaban las grandes autovías del país cargados de productos, materiales, contenedores, llegando normalmente de noche a su lugar de descarga, grandes superficies, que, como grandes puertos, desembarcaban miles, sino millones de materiales y productos, listos para distribuirse al día siguiente muy temprano en pequeñas furgonetas de reparto. Y, entre los muchos productos, ahí estaban las botellas de licor y las magdalenas para Virginia.
…………

Isma escuchaba la música a todo trapo, preferentemente AC/DC y Metallica. Las calles de la gran ciudad siempre estaban a rebosar de tráfico, pero él sorteaba cualquier obstáculo con mil y un trucos, aprendidos en sus muchos años de repartidor, primero en moto y luego con la furgoneta. Aprovechaba las paradas en los semáforos o en los atascos para verificar la dirección de entrega del siguiente paquete y, así lo hizo esta vez, leyó el nombre y la dirección de entrega: Virginia Mendivill del Morán, Calle Hospedaje, 5; estaba cerca, a unas cuatro calles de donde se encontraba.
El semáforo se puso verde y metió la velocidad, la furgoneta empezó a moverse, el tráfico era denso, con lo que las opciones de atajar eran reducidas, para colmo habían colocado unos carriles bicis en la parte derecha de la calzada impidiendo ganar ese espacio para gente como él y, en ese momento, apareció una chica que se ponía a su derecha, un poco por delante de él. De repente y sin saber de donde, enfrente de él, en sentido contrario, apareció un coche a toda velocidad, sin tiempo de pensar dio un volantazo para esquivar el golpe y se llevó por delante a la chica de la bicicleta subiéndose a la acera e impactando con la barandilla, con las marquesinas y farolas que había. 
Llegaron rápidamente las ambulancias y los policías municipales, los transeúntes se arremolinaban para ver qué había sucedido; la chica se movía levemente, dando señales de que por lo menos estaba viva; los médicos verificaron su estado tomándola las pulsaciones y observando las pupilas, posibles golpes, fracturas, etc. Los policías recogían todos las informaciones posibles del siniestro, naturalmente el conductor del coche que se había saltado el semáforo, cuando ya estaba en rojo, se le detuvo en el acto. 
Isma había sufrido un ligero golpe en la mano, pero, nada de que preocuparse, cuando, de repente, al escuchar a la chica de la bicicleta que les decía el nombre y apellidos a los médicos, le vino a la cabeza el siguiente reparto que tenía que entregar, porque no se sabe si fue el destino, el azar o qué, el caso es que el destinatario del próximo paquete de entrega, era ella, la chica de la bicicleta: Virginia Mendivill del Morán.
…………

¿Qué fue lo que llevo a coincidir a Virginia y a Isma en el semáforo, en ese momento?, ¿ fueron los cinco minutos que tardo Virginia en salir de su casa por atender una llamada de su amiga Iris?, ¿ fue el retraso de Isma en la anterior entrega?, ¿ fue el fallo en el sistema de frenado del coche que provocó el accidente?, ¿ fue el destino, el azar,…?, ¿ fueron toda la concatenación de sucesos, de actos que llevaron a ese instante?, o, ¿ fueron el licor y las magdalenas ?,¡¡Ah, Proust !!, ¡¡ ja!!, ¡¡ja!! …

¿Creemos controlar todas nuestras acciones?,…y, sin en cambio…

martes, 27 de agosto de 2019

Relato veraniego

Esclavos de la salud

Como cada mañana, Joaquín, se encontraba leyendo el periódico en el kiosco del parque conocido como: “El Rincón de la Dehesa”; la mañana discurría tranquila, alguna persona pasaba paseando con el perro y, otras, con la cabeza hacía abajo, mirando el móvil; ¡¡un día, alguno se va a dar con alguna farola!!, ¡¡levantar la cabeza!!, pensó para sí, Joaquín,. 
-¡¡Aquí tiene el café, señor Joaquín, bien cargado como siempre!!.
-Gracias Pepe.
Desde que se jubiló, Joaquín gastaba su tiempo en sendas lecturas de la prensa, literatura varia y, alguna escapada a su pequeño pueblo, donde le quedaba algún familiar y, una casona que heredó de sus padres, que poco a poco se estaba echando a perder, pues necesitaba arreglos y Joaquín, económicamente, no andaba muy sobrado.  
En estas, que pasando las páginas del periódico, llega a las páginas centrales con unos cuantos titulares a cinco columnas y en versales, que decían así:

“Los aficionados del ciclismo cada día se parecen más a los fanáticos del futbol”
“El dopaje en el ciclismo amateur: lo que nadie cuenta”
“¿Se mide la pasión por el ciclismo en función del dinero que te has gastado en la bici, ropa, aparatos electrónicos…?”
Adictos a “los deportes”, la “droga” de moda en la clase media-alta y no tan alta.
Y Joaquín, empezó a leer los artículos, pues de joven había sido aficionado a la bicicleta y, por su pueblo iba y venía de la huerta, y así conoció a la que sería su esposa, que vivía en el pueblo de al lado, ¡¡bueno!!, no tan al lado, que cada vez que iba a verla, entre ir y venir, se hacía unos cincuenta kilómetros.
Los artículos más o menos decían lo siguiente:
“Los deportes (running, ciclismo) se han convertido en un fenómeno social durante los últimos años. Su rápida popularización se refleja en la gran cantidad de carreras populares
Los retos deportivos y la capacidad de superación personal generan numerosos beneficiosos, tanto físicos como psíquicos, pero todo en exceso es malo. ¿Dónde están los límites? ¿El deporte puede generar una perniciosa dependencia, hasta el punto de convertirse en una adicción? ¿Cuándo se atraviesa la línea entre lo saludable y lo patológico? ¿Cuáles son los síntomas y qué consecuencias acarrea?
El 18% de las personas que practican ejercicio físico con asiduidad son adictas
Hay un porcentaje de deportistas con dependencia que viven obsesionados y llegan a padecer síndrome de abstinencia cuando no pueden realizar ejercicio, entendido como malestar, mal humor e irritación”, añade Molina.
Las características de esta adicción no difieren en demasía de cualquier otra, incluyendo el síndrome de dependencia, tolerancia y abstinencia. “La adicción al deporte tiene tres fases: una primera en la que se hace por placer; una segunda, en la que el objetivo es mejorar la belleza física, el bienestar, liberarse del estrés o relacionarse con otras personas; y una tercera en la que aparece el abuso y la necesidad de hacer deporte a toda costa, a pesar de que se sepa que puede traer consecuencias negativas”, según aclaraba la autora de la investigación.
La tercera etapa, la del ‘abuso y necesidad’, siguiendo la metodología propuesta es la única con consecuencias negativas, puesto que las otras dos son altamente beneficiosas para la salud y el bienestar mental. Las consecuencias de llegar a este peligroso punto, según explica el psicólogo especialista en tratamiento de adicciones Miguel del Nogal, se resumen en que “el deporte acaba eclipsando todas nuestras actividades, se convierte en el eje central de nuestro día a día y nos hace vivir por y para él”. De este modo, añade, “se dejan de hacer otras cosas con la familia o los amigos, y si un día no es posible hacer deporte debido a una lesión o a un compromiso importante, el sentimiento de malestar se apodera de uno”.
Puede acabar eclipsando todas nuestras actividades con la familia o los amigos y convertirse en el eje central de nuestro día a día
Con el tiempo, suele suceder que “el círculo de amistades comienza a estrecharse únicamente entre las personas que comparten la misma afición por el deporte, mientras que las metas son cada vez más altas, convirtiéndose en una obsesión que puede ir acompañada de mucho sufrimiento físico y psíquico”, añade del Nogal. 
En lo que respecta al componente ambiental tiene mucho que ver el factor de la moda, por un lado, y la buena imagen social que tiene, por otro. “La sociedad nos marca y correr o, montar en bici está de moda, pero al mismo tiempo tiene un componente positivo, pues está muy bien visto ser deportista y ser competitivo, y ambas cosas van de la mano”, dice Del Nogal. Una imagen que, como ocurre con la adicción al trabajo, que también es una conducta que goza de buena prensa, implica el riesgo de que no se interprete como una problemática, a pesar de que la reflejen diferentes síntomas.
Por estas características, no es de extrañar que en el actual contexto de depresión socioeconómica los desempleados llenen los gimnasios o las carreras pedestres o las carreteras de la sierra, los sábados. Es un fenómeno curioso, reconoce el psicólogo experto en adicciones, pero “aunque no se llegue a fin de mes, invierto parte de mis ingresos en hacer deporte, porque así me siento bien, pues de lo contrario la situación sería todavía menos soportable”.
Otra de las cuestiones asociadas a este fenómeno, que cada vez se debate más en los congresos, según añade el psicólogo, es que los deportes de resistencia en general, son adicciones que sustituyen a otras adicciones. “Cada vez nos encontramos a más pacientes en consulta que se vienen a tratar de drogodependencias, fomentas que realicen ejercicio, superan su problema y acaban teniendo una cierta dependencia hacia el deporte. Es cierto que son personas más predispuestas a las adicciones, pero ahora el debate entre los psicólogos está en sí esto es un problema adicional o no, aunque superen su drogodependencia, y si lo más ideal en estos casos es fomentar el ejercicio”.
De éste artículo Joaquín pasó a leer, por encima el siguiente texto:
“Se trata de una cuestión a la que casi todo el mundo respondería que NO. Sin embargo, seguro que también todos tenemos la impresión de que el ciclismo se ha vuelto algo «snob». Esto ya ocurrió en su día con el boom del running. Es muy habitual ver por las carreteras, al menos en España, bicis que superan con facilidad los 3.000 €. No hablemos ya del precio de potenciómetros, ruedas de carbono de perfil, zapatillas. El ciclismo está claro que es un deporte que, o se ama, o se odia, no hay término medio. Cuando se ama se hace con locura pero…¿realmente  es necesario llevar un Trek Madone de 8000€ para sentir pasión por este deporte? Podemos pensar que cada uno con su dinero hace lo que quiere. Es cierto. El dinero cada uno se lo gasta como cree conveniente…
Así, leía Joaquín, mientras por su cabeza le venían imágenes de aquella juventud, ya perdida, con aquella vieja bicicleta negra, que pesaba como un muerto, rodando por esos caminos polvorientos, pero disfrutando del viento y del sol, en un tiempo ya casi olvidado con Teresa al lado, riendo y sintiendo la vida,… aquella vida. 
De repente, unos ruidos hicieron volver a Joaquín al presente, eran cuatro personas jóvenes con bicicletas sencillas, por lo que pudo apreciar, y alforjas, algunas ya desgastadas y con remiendos, una de ellas llevaba una caja de mimbre en el transportín trasero, que se sentaron en la mesa de al lado, pidieron sendos pinchos de tortilla y jarras de cervezas,…y Joaquín pensó para sí: “estos no tienen el problema que plantea el periódico, estos sí que saben vivir epicúreamente, como diría aquel. 














lunes, 19 de agosto de 2019

Relato veraniego

Cansancio

Aquel mundo que dibujaban las páginas del libro que tenía entre las manos, le asustaba; percibía, sentía que al autor no le faltaba algo de razón, no andaba desencaminado, pero,… “un mundo que se asfixiaba en medio de las cosas, un mundo que se llenaba de cosas, de mercancías de una duración y validez cada vez más breves y que no eran realmente necesarias, ese mundo que parecía unos grandes almacenes transparentes, en los que se nos vigila todo el tiempo y somos manejados, manipulados como si fuéramos clientes transparentes, y que no se diferencia esencialmente de un manicomio. 
Hoy las cosas solo obtenían valor si eran expuestas, si acaparaban la atención, Hoy nos exponíamos en Facebook, Instagram convirtiéndonos en pura y simple mercancía.
Parece que lo tuviéramos todo a un golpe de ratón, pero nos faltaba lo esencial,… este mundo de mercancías no era apropiado para ser habitado. 
Hoy el capital lo sometía todo, hasta a las personas, que se convertían en propia mercancía con valor de mercado. El hipercapitalismo actual disolvía por completo la existencia humana en una red de relaciones comerciales. 
Todo lo fagocitaba ese sistema que nos habíamos creado… y, ¡¡pensar que Adam Smith pensaba que la economía no estaba reñida con la ecología!!… 
El mundo había perdido la voz y el habla; es más, había perdido el sonido”. 
El ruido de la comunicación había sofocado el silencio, ese silencio que le era tan preciado y tan amado, que solo lo encontraba cada vez que cogía su bicicleta y pedaleaba por esos silenciosos y solitarios caminos, dejándose a cada instante, a cada pedalada sombras de su ser.
Un mundo, en el que imperaba, pensando para sí, no solo el ruido acústico, sino también el ruido emocional, ideológico, visual; cada vez que salía con su bicicleta por las calles de su ciudad acababa cansado, no un cansancio muscular, ni físico, era otra cosa, era un cansancio interior, profundo…que no sabía qué lo producía”. 

Se encontraba sentado en el asiento del tren que le correspondía y, enfrascado en los pensamientos que planteaba el filósofo Byung-Chul Han, en su último libro; en todas estas reflexiones se encontraba, cuando de repente el tren empezó a moverse, despacio, lentamente, hasta coger cierta velocidad. Salían de la estación principal y atrás iban quedando los altos edificios de viviendas, para dejar paso, primero, a pequeñas extensiones de campo, salpicadas con largas naves industriales y seguidamente, a no ver ninguna arquitectura, sólo campo, infinitas extensiones de campo, colinas y, a lo lejos, en el horizonte, las estribaciones de una cadena montañosa.    
Había cogido unos cuantos días libres en el trabajo y pensaba hacer un recorrido en bicicleta, por una pequeña zona del norte del país. 

………………


Se encontraba cansado, pero no con ese cansancio, con ese agotamiento de la ciudad, era diferente, distinto, era una sensación de fatiga, pero al mismo tiempo de plenitud que no podía explicar, el puerto había sido largo y en algunos tramos con rampas muy duras, pero pedaleando a ritmo fue subiendo, despacio, hasta que llego adonde se encontraban las nubes que le impedían ver más allá de treinta metros delante de él, ahí, se sumergió en un mundo etéreo, vaporoso, hasta llegar al collado y vislumbrar, entre la niebla que le rodeaba, que en la otra cara del puerto, la luz, se habría paso entre las nubes dejando apreciar la silueta de la montaña, como si estuviera dentro de una inmensa acuarela. Se puso ropa de abrigo y empezó a deslizarse camino del valle, poco a poco la luz se hacía más patente, atrás dejaba las sombras grises de las nubes que se pegaban a la falda de la montaña, en su cara norte, para internarse en un paisaje que se iba abriendo de un tono cálido y luminoso; las curvas y la estrecha carretera le hacían concentrarse en el aquí y el ahora más absoluto, hasta romper ese filtro de luz y llegar a un pequeño páramo, donde ya el sol le golpeaba con sus fuertes rayos; paro la bicicleta y sintió una paz que nunca antes había sentido, una calma y quietud indescriptible, no tenía palabras para explicar ese momento, a su derecha se abría un pequeño valle, con una sucesión de pequeñas colinas, que se internaban sinuosamente camino de las cumbres nevadas que tenía frente a él. Parecía una imagen irreal, pero no, era de lo más real,… entre los pequeños retazos de nubes que la montaña dejaba pasar por sus cumbres, en la atmósfera cálida de ese lugar y en el silencio que le rodeaba se sentía pleno y vivo, cansado, pero plenamente vivo. 

viernes, 9 de agosto de 2019

Relato veraniego

A la compra en bici

¡Te dejo la lista de la compra en la mesa!, ¡no te olvides!, escuche entre sueños,- me dijo Sonia-, antes de besarme y dejar ese aroma tan suyo, impregnando el espacio de una frescura y vitalidad único. Cerró la puerta y me quedé medio despierto, medio dormido, en esa duermevela entre la realidad y el mundo de los sueños; al rato, cuando los rayos del sol entraban por las cortinas, me espabilé, me di una rápida ducha y desayuné, con la tranquila compañía de Athos, nuestro aristocrático gato.
Por la terraza, iluminada ya por un fuerte sol, se dejaban ver unos cuantos gorriones revoloteando, cerca del comedero que Sonia les había hecho y que alguno ya daba cuenta de las migas y galletas que ella les había dejado dentro.
La lista de la compra estaba efectivamente encima de la mesa del salón, regué las plantas y cogí la bicicleta plegable, con la bolsa para cargar la compra.
Bajé al portal, desplegué la bici, como siempre, con un movimiento ya automatizado desplegando el pedal izquierdo, subiendo la tija del sillín hacía arriba y colocándola a mi altura, cerrando el cierre y levantar el manillar y fijarlo con su bisagra en su posición, seguidamente, levantándola del sillín, la rueda trasera se colocaba en su posición con una basculación sumamente ingeniosa, al mismo tiempo girar el tubo que unía la rueda delantera y parte del tubo principal y cerrar la bisagra, y, listo para empezar a pedalear, camino del mercado.
Por las calles, el tráfico ya estaba en su máximo apogeo y, sorteando a mil y un palurdos y palurdas -porque la estupidez no esta reñida con el género sexual-, que se desplazaban en sus chatarras medio oxidadas y bufando mierda por sus tubos de escape, conseguí llegar al mercado. Algunos tenderos ya me conocían, pero, aún había alguno que me preguntaba por la bici, que cuanto me había costado, que qué marca era, etc; otras personas, la mayoría, se quedaban mirándome como un bicho raro, cuando la plegaba  a la entrada y la convertía en un carrito con cesta. 
Era un gustazo pasear por el mercado por la mañana temprano, cuando todavía el tumulto de la gente no saturaba los pasillos y, los puestos ofrecían un género amplio, rico y variado. Caminaba despacio, empujando la bici, observando la perfecta colocación de la fruta, en el puesto de Pedro, con ese colorido y formas que hacían fijarse en él, sin casi querer y, verlo, casi, como una instalación artística, en un museo de arte contemporáneo cualquiera; y esos olores al pasar por la pescadería de Tomas y MariCarmen, que con su sonrisa atraía al personal; atunes, merluzas, pescadillas, salmones y mariscos varios, hacían de este puesto, un lugar especial del mercado y te llevaban con los sentidos a costas y playas lejanas. 
Paseaba, percibiendo aromas, olores, colores, formas,… venir al mercado, era un autentico viaje por los sentidos, sin perezas de sacar tickets, ni colas de espera en aeropuertos, ni atascos en carreteras, todo al alcance de la vista, del olfato, del tacto y del gusto, porque de vez en cuando entre picoteos de quesos, algo de charcutería y probar panes de diferentes masas, salía del mercado casi comido.
Así transcurría la mañana y la bolsa de la bici se iba llenado, de verduras, legumbres, frutas, pescados, quesos y panes.
Despidiéndome de Juan, el vigilante que se apostaba en la entrada del mercado, desplegué mi Brompton, coloqué la pesada y cargada cesta y salí de nuevo al caos, a la anarquía de las calles, de esas calles invadidas por cuerpos metálicos, siniestros y arrogantes, invadidas por entes inanimados, que envenenan el aire y, a su vez, el espíritu de las personas que andan por sus aceras, creando una atmósfera enrarecida de violencia, agresividad y ansiedad; yo, intentaba ir por calles tranquilas y de un único sentido aunque siempre, siempre, a derecha o, a izquierda, había coches aparcados que te hacían sentir el espacio como acotado, como limitado por barreras de metal, de chapa, cuando las únicas barreras que tendría que haber, si acaso,- porque en realidad no tendría que haber separaciones físicas, todo al mismo nivel, nada de bordillos, ni bolardos, ni desniveles -serian la de las plantas, los árboles y los paseantes por las aceras.
Al poco rato, llegué a casa, cerré la puerta, y solté el anclaje de la bolsa de la compra y la deposité en la mesa, cogí la bici  y la plegué, dejándola a la izquierda de la puerta de entrada, coloqué la compra y al poco tiempo aparecía nuestro aristocrático gato Athos, ronroneando, exigiendo algo de comida. 


viernes, 2 de agosto de 2019

Relato veraniego

Unas sonrisas de felicidad

El cielo, con alguna pequeña nube era de un azul deslumbrante, casi, como un  cuadro de paisaje, del pintor ingles Constable. Había quedado con Carla y Pepe en el  parque, al lado del pequeño lago. Mientras pedaleaba en dirección al lago, iba cruzándome con grupos de personas que, o bien iban andando y charlando entre ellos o, bien iban haciendo running, otros leían, sentados en los escasos bancos que habían colocado a la sombra de pequeños arces. 
Pedaleaba, recordando, como hace unos dos años conocí a Carla, en aquel colectivo de personas que intentaban, intentábamos, crear proyectos para darle vitalidad al barrio y a las personas que vivían en él, nos reuníamos en lo que llamábamos Patio Bienestar.  
En él, se congregaban todo tipo de propuestas, algunas factibles y realizables, otras,  quizá, demasiado utópicas, para los tiempos que corrían. Aún así, la energía que desprendía el patio y aquel grupo de personas era tremendamente creativa e imaginativa, dando lugar a proyectos que fueron consolidándose y haciendo que el barrio tomará rumbos diferentes a lo que estaba abocado, si ese grupo de personas no hubiera peleado con uñas y dientes, por un lugar vivo, pues la droga en aquellos años campaba a sus anchas y había hecho del barrio un lugar inseguro y oscuro. 
Carla, estaba empeñada en aquellos años en intentar sacar adelante un proyecto para personas de la tercera edad, ayudarles a vivir su madurez y su vejez más creativamente, más vitalmente. Hacer que esas personas que empezaban a tener limitaciones físicas o psíquicas, vivieran su tiempo de otra manera, no solamente a pasar las horas sentadas entre cuatro paredes, jugando al bingo o, al parchis o, en soledad.
Y, ahí, entré yo, pues en aquellos años colaborábamos entre varias personas, dentro del colectivo, a arreglar trastos viejos, reconstruir  y reparar muebles antiguos, intentar reciclar y reutilizar aquellos cachivaches que habían dejado de gustar o, de tener el uso para lo que en sus tiempos les habían dado; los encontrábamos por contenedores o tirados sencillamente por las calles, los arreglábamos y los vendíamos en el rastrillo que los fines de semana se ponía en la plaza del barrio. Con un poco de maña y herramientas sencillas hacíamos que aquellos objetos tuvieran una nueva vida y de paso sacábamos algo de dinerillo.
Yo soy aficionado a la bicicleta y siempre me muevo con ella y en aquellos años cogíamos de aquí y de allí, cuadros, llantas, cubiertas, bujes y todo tipo de componentes y hacíamos verdaderas virguerías con imaginación y un poco de técnica. 

Entre caña y caña, una tarde, hablando varias personas del proyecto de Carla, se nos ocurrió, -en estas tormentas de ideas que siempre suelen salir alrededor de unas bravas y unos boquerones en vinagre-, la que fue una de las mejores ideas, que ahora mismo el Ayuntamiento esta llevando a cabo, pues el proyecto se desarrollo de tal manera que tuvimos, con el tiempo el apoyo de instituciones y el beneplácito de patrocinadores anónimos y no tan anónimos. 
El proyecto era sacar a pasear a personas con discapacidades y ciertas limitaciones en una especie de triciclos, parecidos a esas bicicletas asiáticas, conocidas como ricksaws, pero con los pasajeros delante en su misma silla de ruedas, que pudieran tener la percepción visual del paisaje, sentir la brisa en el rostro, la luz, y, la calidez de los rayos del sol en la piel, escuchar los sonidos de los pájaros y las risas de los niños en los parques. 
Para ello, se habló con Centros de día y Residencias de Mayores enfocándolo a determinados perfiles de personas, pues, desgraciadamente, no todas están en condiciones para realizar dicha actividad.
Para ello hubo que diseñar anclajes que se pudieran adaptar a las sillas de ruedas y a su vez a la bicicleta y con ello empezar a hacer realidad el proyecto de Carla, poco a poco fuimos perfilando y mejorando el diseño, hasta llegar a un buen acabado final, con la ayuda de subvenciones y casas de bicicletas, componentes, etc…

Ya les veo, Carla me saluda desde lejos con los brazos y a su lado Pepe, un simpático anciano, de 78 años, con limitaciones motrices y principios de demencia esta sentado en su silla; veo que han venido con varias ancianos de la Residencia y los compañeros de Carla que les van a ayudar en la actividad.
Ahí esta Pepe, con la mirada fija en el horizonte, su horizonte, con una sonrisa de oreja a oreja, que refleja la felicidad que siente porque va a pasear a la luz del sol, porque va a sentir el viento en su rostro, a escuchar el sonido de los pájaros y a deslizarse con la luz, nada más y nada menos.



viernes, 26 de julio de 2019

Relato veraniego

Caminos diferentes

¡¡Venga, Borja estáte quieto!!, le decía Maria, -mi mujer-, mientras el condenado niño, ¡¡bueno!!, no tan niño ya,- mi hijo-, no paraba incordiar a su hermana pequeña no dejándola mirar el móvil. Habíamos cogido las vacaciones y estábamos en un pequeño pueblo de las montañas del norte, en un pequeño jardín, al lado del hotel donde nos hospedábamos, “disfrutando” del verde paisaje y su hermoso valle, que se habría ante nuestro ojos, el día había amanecido espectacular con una luz limpia y fresca y la temperatura acompañaba esa sensación grata y deliciosa que tienen los días de verano, cuando no se está sometido a horarios, ni presiones rutinarias laborales, pero…, Susana, empezó a llorar, su hermano se había pasado de la raya, y la había llevado al limite de su aguante,… se acabo la calma del momento.
¡¡Es que le consientes demasiado!!, ¡¡es que este crio no esta educado!!, pero, ¡¡Jorge!!, ¡¡dile algo!!, y, aquí me ven a mí, aguantando el chaparrón, yo, que soy un sujeto pasivo, familiarmente hablando, -¡¡bueno y para más cosas!!-, como quien dice; tengo para mi que los hijos son más de mi mujer, que míos, pues creo, que ella me había usado para tenerlos y yo había hecho bien poco,¡¡vamos que me había dejado hacer…, casi todo el día metido en el despacho, de aquí para allá, clientes vienen, clientes van, así que en casa, llego, ceno y a la cama y, al día siguiente temprano de vuelta al trabajo, esa es mi vida, cual hámster girando su rueda dentro de una jaula invisible… 
Así, transcurría la mañana, habíamos desayunado en el hotel y enseguida nos habíamos sentado en el pequeño jardín anexo a la cafetería, donde los niños se explayaban con sus pantallas, y a nosotros nos dejaban en paz, Maria con su móvil última generación se comunicaba con sus amigas, cotilleando, chismorreando temas de los llamados rosas, y yo enfrascado con el portátil, estudiando un proyecto que teníamos entre manos en el despacho de arquitectura, de vez en cuando levantaba la mirada de la pantalla y me extasiaba con la majestuosidad de la montaña que teníamos enfrente y se me pasaban por la cabeza mil y una idea, que jamas podía llevar a cabo, pues las circunstancias, la dinámica del dia al dia, los niños, el trabajo,… me impedían realizarlas o, yo, que era un parado, un soso para todo, no sé.
Había transcurrido la mañana cuando a eso del mediodía, dejé de mirar la pantalla un instante, y pude vislumbrar por la pequeña carretera que teníamos enfrente del hotel, que unas siluetas se acercaban despacio, con un leve murmullo que contrastaba con el del río que transcurría más abajo en el valle. Al irse acercando pude identificar a cuatro personas que iban en bicicleta, cargados con equipajes cada uno de ellos, supuse que eran una familia, pues eran una pareja de adultos y dos chicas adolescentes, despacio, llegaron hasta la zona donde nos encontrábamos, frenaron sus bicicletas y bajaron de sus pesadas monturas. La pareja de adultos nos saludó levemente y se metieron en la cafetería, las chicas se quedaron al lado de las bicicletas, mientras sus padres, por lo que pude observar más tarde, pedían unos refrescos y se sentaban en una mesa en el jardín del hotel.
Allí estaban, altos, bronceados, con ese tono de piel sano de haber estado al aire libre, al viento, mucho tiempo,… por lo que pude apreciar y oír hablaban en un idioma extranjero, parecía nórdico, no sé, dialogaban y reían de alguna anécdota, -supuse- del viaje, estaban distendidos y relajados, ninguno tenía estos artilugios que teníamos nosotros, ellos se miraban, compartían el instante, sintiéndose grupo; mi familia, y yo mismo, cada uno, con su pantalla, como autistas del siglo XXI, cada uno en su jaula tecnológica. Pensé, cuan diferente percepción del instante, del momento, de la vida, y más ahora, en vacaciones. Me preguntaba muchas cosas, entre ellas, si nosotros: Maria, Borja y la pequeña Susana podríamos algún día ser capaces de realizar algo parecido a lo que estaban haciendo esta familia, me preguntaba si llevaban tiempo realizando esa actividad, cómo serian en su vida normal, en qué trabajarían, si su vida era como la nuestra, como la mía, en concreto.
La verdad es que sabiendo como es Maria dudo mucho que fuera capaz de coger una bicicleta,- siempre con la moda, la estética, el qué dirán-, y, encima cargada hasta los topes y pedalear por esas carreteras, pues apenas hace deporte, sólo algo de natación y con sus amigas, y yo, que decir, hace años que no hago ninguna actividad deportiva, desde que me casé, dejé de coger la bici, ya que Maria no le gustaba; antes, sí salía con la gente de la Universidad, pero una vez llegaron los niños ni tan siquiera lo pensaba; veía a este grupo de personas y pensaba, en si no estaríamos haciendo algo mal, -no estaría yo haciendo algo mal-, no nos estaríamos equivocando en nuestro camino, -no me estaría yo equivocando-, en nuestra vida, con esta pasividad vital, del día al día, en la que nos encontrábamos tanto Maria como yo mismo y, estos chavales de ahora que sólo pensaban en sus móviles, no sabrían vivir sin ellos, ¡¡que triste!!, por lo menos, cuando yo era niño, más de una vez iba con mi abuelo al huerto a coger tomates y al establo a recoger la leche, pero, estos, qué saben, qué viven, más allá de una realidad virtual, de un sucedáneo de vida, si son, somos zombis mentales…desde luego habría que parafrasear a John Lennon, con aquella famosa frase: “La vida es aquello que nos pasa cuando estamos mirando una pantalla”.

De repente, unos pequeños sonidos me hicieron volver de mis divagaciones existenciales, era el rítmico sonido de unas cadenas, engranando con los dientes de los piñones, en las bicicletas, que lentamente se alejaban por la estrecha carretera, entre los árboles, cuatro siluetas se perdían, se difuminaban camino de la montaña y del valle, deslizándose con la luz hasta desaparecer. 

miércoles, 17 de julio de 2019

Relato

Nunca es tarde para aprender...

Te toca a ti, despierta, que Jara esta llorando, tienes el biberón encima de la mesa listo para calentarlo, le dijo Ainhoa.
Y, allí voy yo, con las legañas pegadas a los ojos y todavía en ese duermevela que impide reaccionar y te hace ir como un zombi por la casa.
Quien me iba a decir a mí, hace dos años, que iba a estar en estas circunstancias y ser como soy en este momento, cuando hace dos años era, y lo digo con sinceridad, un mequetrefe cultural, un palurdo empático y un ignorante medioambiental, de mucho cuidado, yo, que con mi narcisismo galopante y mi ego elevado a la infinita potencia, no veía más allá de mi tupe.

“Era un día nublado, de una incipiente primavera que se hacía esperar, el día presagiaba lluvia y así fue; desde mi silla de trabajo podía ver como empezaban a deslizarse pequeñas gotas de agua, por los grandes ventanales de doble acristalamiento y la mañana, melancólica, transcurría con cierta tranquilidad, cuando al poco tiempo de estar embobado y mirando las musarañas, un pequeño murmullo detrás de mí, me hizo girar la cabeza, eran la jefa de departamento, el de recursos humanos y una chica desconocida, que por lo que pude escuchar había sido recién contratada y la estaban informando de como se organizaba la sección. 
Me llamo la atención que sujetaba en su mano derecha una bici, de esas que llaman plegable,- yo, he de decir, que en aquellos tiempos, persona “seria y civilizada”, acudía siempre al trabajo en mi flamante vehículo privado, de más o menos cuarenta mil euros-, Brompton, creo que ponía en el tubo principal. Pensé, para mis adentros ¡¡Vaya qué tenemos aquí, una hippie!!, lo que nos faltaba, seguro que es una “ecologista”, de esas que come, “porexpan” , bebe zumos hechos de cualquier planta exótica y práctica yoga.
¡¡Ah!!, esas personas que se creen que van a cambiar el mundo con sus utopias, cuando el sistema capitalista y de libre mercado es lo mejor que hay. Si supieran que el capitalismo les esta poniendo continuamente caramelos para que caigan en la trampa, como por ejemplo: ese concepto de turismo sostenible, ¡¡JA!!, que incrédulos, no existe tal cosa, pues cualquiera sabe que todo deja residuos, hasta esos que se van a recorrer en bici territorios inhóspitos, pero se desplazan hasta allí en avión, con el consumo energético que supone y la contaminación que provoca el trafico aéreo, no ven o no lo quieren ver, que es otra excusa más para seguir vendiendo, que es lo importante, sobre todo para mis ganancias, que tengo en acciones de compañías energéticas.
Alimentos ecológicos, ¡¡JA!!, sobre todo cuando vienen de tres mil kilómetros de distancia, cuando no de más lejos, y, entre medias se usan camiones, barcos o vete a saber qué, movidos por gas-oil y con un montón de intermediarios por el camino.
¡¡Ah!!, no saben cuan podrido esta este planeta, pero a mí, con que no me toquen mis campos de golf, y me sigan haciendo autovías hasta mis pistas de ski, que sigan ilusionados en sus utopias, pobrecitos, y, ahora, les da por cerrar al tráfico las ciudades, ¡¡JA!!, pero quienes se han creído, valientes descerebrados, no saben que las ciudades son de nosotros, que la calle es nuestra, de los que podemos, porque nosotros lo valemos, ¡¡Yo, ¿voy a ir en metro?, ¡¡JA!!, pero en que cabeza cabe.

¡¡Rafa!!,¡¡Rafa!!, pero, ¿donde estas?, espabila, mira te presento a tú nueva compañera de sección, creo que os llevareis bien, me dijo Marta la jefa de departamento,… se llama Ainhoa.

domingo, 14 de julio de 2019

Texto


El viaje o el tiempo de los regalos

Escribo estas líneas en la última noche de la ruta, mis compañeros de viaje duermen, reposando de la inesperada dureza del final de la etapa de hoy. Desde la ventana de la pequeña habitación percibo la suave brisa de la noche, acompañada de ese silencio casi mágico de las montañas que nos rodean, en el aire, todavía quedan olores de madera quemada en los viejos hogares.
Hace cuatro días que salimos de la gran ciudad y nada sabía de las personas que me iban a acompañar en esta pequeña ruta en bicicleta, por las montañas del norte.
Ahora, rodeado del silencio de la noche y de la tenue luz del frontal vuelvo a aquellos tiempos en los que siendo un crio empezaba a descubrir a las personas que me rodeaban, a conocer el entorno donde poco a poco me fui haciendo mayor, nada sabia, ni de ellas, ni de los paisajes que me rodeaban, con el tiempo y con la vida vas descubriendo, aprendiendo, conociendo y valorando; el viaje de la vida, como un tiempo de regalos, nos trae a todos infinitos caminos que recorrer, unos dejan crecer largas ramas siempre en un sentido, otros desarrollan una extensa e intrincada red de ramificaciones cual copa de viejo roble,… en este corto viaje de cuatro días, el tiempo se ha ido llenando de paisajes luminosos, de pequeños sufrimientos, de averías inesperadas, de aprendizajes, de descubrimientos,… de vida, de luces y de sombras, de alegrías y de penas, como una pequeña metáfora del mismo viaje vital y existencial de cada uno de nosotros.
Es ese hermoso tiempo de regalos, humildes, sencillos, austeros los que en realidad sin apenas darnos cuenta y casi ni siquiera apreciarlos conforman la vida de cada uno de nosotros

La ruta ya esta terminando, mañana cada uno, cada una, volverá a sus rutinas, sus quehaceres, en definitiva su vida, todo habrá pasado, todo será pasado…
Sonia volverá a sus clases, a lidiar con esos pequeños tiranos, Andrés, a sus horarios esclavizantes de los que - según me ha confesado- quiere romper definitivamente, Paco, a seguir sus oposiciones y su rutina de estudios y Paula al laboratorio, donde, gracias a una beca tras otra, sigue llevándose algo de dinero a la cartera e inflando su extenso curriculum. 
¿Volveré a saber de ellos?,… no lo sé, cada uno vuelve a su pequeña “celda o, isla”, o como queramos llamarlo, pero…, lo que no me cabe ninguna duda es que permanecerán en mi memoria
unidos a unos momentos placenteros, llenos de sonrisas -“la sonrisa de Sonia, siempre”-, a momentos agradables, plagados de diálogos jugosos y surrealistas -“la lucidez de Andrés-,
momentos destornillantes, con el fresco humor de Paula y, por supuesto, “la sabiduría viejuna” en las observaciones, de Paco, todos hicieron del viaje algo único e inmanente. 

Ahora, con el cansancio cerrándome los ojos cierro este diario de ruta, ya es tarde, y mañana daremos por finalizado ese esbozo de viaje materializado, que un día fue una fugaz idea, pensamiento, abstracción, algo etéreo, imaginado,…algo que no era, no existía,
Como la misma vida, un día llegamos, iniciamos nuestro viaje, nuestro tiempo de regalos y algún día, como muchos otros, lleno de luz, nos vamos, regresando a esa abstracción de la que vinimos…



lunes, 17 de junio de 2019

Dibujos


Dibujos de la Ruta de los Desfiladeros


El Molino
Arenas de Cabrales

Torre del campanario
de Santa Maria de Lebeña
(Desfiladero de la Hermida)
Iglesia de Santa Maria de Lebeña
y Olivo
(Desfiladero de la Hermida)


Puente del Molino de Potes
(Picos de Europa)


domingo, 16 de junio de 2019

Ficha de Ruta


















Ruta de los Desfiladeros

RUTA: Por los Desfiladeros de Beyos, la Hermida y de la Hoz

DURACIÓN: La ruta se hizo en 4 días.

RECORRIDO:
El recorrido en bicicleta parte de la localidad de Boca de Huérgano, internándose por la comarca de la Reina, dirigiéndose seguidamente a Santa Marina de Valdeón, Posada de Valdeón y dando por concluida la primera jornada en la localidad de Oseja de Sajambre.
El segundo día atravesamos el primer desfiladero de la ruta el de los Beyos, espectacular tajo que, -dicen, es más bello que la garganta del Cares,-  rompe los picos de Europa de sur a norte, llegando a la localidad de Cangas de Onis y siguiendo camino hacia Arenas de Cabrales, donde hicimos la segunda noche.
El tercer día salimos desde Arenas rumbo a Panes y Potes atravesando el segundo desfiladero de la ruta: el de La Hermida, visitando la pequeña joya románica de Santa Maria de Lebeña dando con nuestros “maltrechos” cuerpos en la localidad de Potes.
El cuarto día hicimos una corta visita al Monasterio de Santo Toribio de Liébana y siguiendo ruta camino del Puerto de San Glorío que coronamos y, seguidamente atravesamos después de pasar la localidad de Llanaves de las Reina el tercer desfiladero de la ruta: el de La Hoz, cuyas formaciones rocosas le hacen singular y le dan un toque de magia.

CARTOGRAFÍA: Mapa regional de León, Asturias y Cantabria, escala 1:200.000.

CÓMO LLEGAR: Se uso coche privado.

CÓMO VOLVER: Se volvió lógicamente, en el mismo medio.

BICICLETA RECOMENDADA: Cualquier bicicleta vale, “incluso eléctricas”.

DÓNDE PERNOCTAR: Se hizo noche en hostales.

ÉPOCA: La ruta se hizo en Junio.

DIFICULTADES: Esta ruta,  presenta la dureza propia de la geografía cercana a los Picos de Europa, pues aunque el primer día no presentaba excesivos desniveles, si había que subir dos puertos el de Pandetrave y el de Panderueda, haciéndose algo durillo; el resto de la ruta es francamente sencilla, hasta llegar a cerrar el circulo subiendo el Pto de San Glorio desde una cota muy baja y terminar la ruta en Boca de Huérgano.

ATRACTIVOS DE LA RUTA:
Empezando por la impresionante panorámica que se abre a los ojos del viajero, desde el collado de Pandetrave, donde la mirada se extasía ante la majestuosidad de los Picos de Europa, siguiendo por la belleza de dejarse deslizar con la luz, por el angosto desfiladero de los Beyos, apreciando las montañas, los bosques, las pequeñas aldeas y siempre siguiendo hilos de agua, ya fuera el Sella, el Cares o, el Deva, apreciando la joya románica de Santa Maria de Lebeña, con su ara celta más antiguo que la misma iglesia, el bello desfiladero de la Hermida, el conjunto arquitectónico de Potes, rodeándonos siempre de verdes laderas vestidas con espesos bosques de robles, hayas, avellanos, encinas,… y abrazados por el melodioso canto de los infinitos pájaros que nos saludaban al pasar. Dando por concluida la ruta por los fantásticos escenarios que se abren al ir ascendiendo el puerto de San Glorio.
La gastronomía de la ruta merece capitulo aparte, pues no hay que obviarla, desde los quesos, los cocidos lebaniegos y montañés, la sidra, los panes, todo es un compendio de placer para los sentidos, que no hay que eludir cuando se viaja por estas tierras como lo hacemos nosotros, despacio y sin prisas, saboreando hasta los silencios.