viernes, 9 de agosto de 2019

Relato veraniego

A la compra en bici

¡Te dejo la lista de la compra en la mesa!, ¡no te olvides!, escuche entre sueños,- me dijo Sonia-, antes de besarme y dejar ese aroma tan suyo, impregnando el espacio de una frescura y vitalidad único. Cerró la puerta y me quedé medio despierto, medio dormido, en esa duermevela entre la realidad y el mundo de los sueños; al rato, cuando los rayos del sol entraban por las cortinas, me espabilé, me di una rápida ducha y desayuné, con la tranquila compañía de Athos, nuestro aristocrático gato.
Por la terraza, iluminada ya por un fuerte sol, se dejaban ver unos cuantos gorriones revoloteando, cerca del comedero que Sonia les había hecho y que alguno ya daba cuenta de las migas y galletas que ella les había dejado dentro.
La lista de la compra estaba efectivamente encima de la mesa del salón, regué las plantas y cogí la bicicleta plegable, con la bolsa para cargar la compra.
Bajé al portal, desplegué la bici, como siempre, con un movimiento ya automatizado desplegando el pedal izquierdo, subiendo la tija del sillín hacía arriba y colocándola a mi altura, cerrando el cierre y levantar el manillar y fijarlo con su bisagra en su posición, seguidamente, levantándola del sillín, la rueda trasera se colocaba en su posición con una basculación sumamente ingeniosa, al mismo tiempo girar el tubo que unía la rueda delantera y parte del tubo principal y cerrar la bisagra, y, listo para empezar a pedalear, camino del mercado.
Por las calles, el tráfico ya estaba en su máximo apogeo y, sorteando a mil y un palurdos y palurdas -porque la estupidez no esta reñida con el género sexual-, que se desplazaban en sus chatarras medio oxidadas y bufando mierda por sus tubos de escape, conseguí llegar al mercado. Algunos tenderos ya me conocían, pero, aún había alguno que me preguntaba por la bici, que cuanto me había costado, que qué marca era, etc; otras personas, la mayoría, se quedaban mirándome como un bicho raro, cuando la plegaba  a la entrada y la convertía en un carrito con cesta. 
Era un gustazo pasear por el mercado por la mañana temprano, cuando todavía el tumulto de la gente no saturaba los pasillos y, los puestos ofrecían un género amplio, rico y variado. Caminaba despacio, empujando la bici, observando la perfecta colocación de la fruta, en el puesto de Pedro, con ese colorido y formas que hacían fijarse en él, sin casi querer y, verlo, casi, como una instalación artística, en un museo de arte contemporáneo cualquiera; y esos olores al pasar por la pescadería de Tomas y MariCarmen, que con su sonrisa atraía al personal; atunes, merluzas, pescadillas, salmones y mariscos varios, hacían de este puesto, un lugar especial del mercado y te llevaban con los sentidos a costas y playas lejanas. 
Paseaba, percibiendo aromas, olores, colores, formas,… venir al mercado, era un autentico viaje por los sentidos, sin perezas de sacar tickets, ni colas de espera en aeropuertos, ni atascos en carreteras, todo al alcance de la vista, del olfato, del tacto y del gusto, porque de vez en cuando entre picoteos de quesos, algo de charcutería y probar panes de diferentes masas, salía del mercado casi comido.
Así transcurría la mañana y la bolsa de la bici se iba llenado, de verduras, legumbres, frutas, pescados, quesos y panes.
Despidiéndome de Juan, el vigilante que se apostaba en la entrada del mercado, desplegué mi Brompton, coloqué la pesada y cargada cesta y salí de nuevo al caos, a la anarquía de las calles, de esas calles invadidas por cuerpos metálicos, siniestros y arrogantes, invadidas por entes inanimados, que envenenan el aire y, a su vez, el espíritu de las personas que andan por sus aceras, creando una atmósfera enrarecida de violencia, agresividad y ansiedad; yo, intentaba ir por calles tranquilas y de un único sentido aunque siempre, siempre, a derecha o, a izquierda, había coches aparcados que te hacían sentir el espacio como acotado, como limitado por barreras de metal, de chapa, cuando las únicas barreras que tendría que haber, si acaso,- porque en realidad no tendría que haber separaciones físicas, todo al mismo nivel, nada de bordillos, ni bolardos, ni desniveles -serian la de las plantas, los árboles y los paseantes por las aceras.
Al poco rato, llegué a casa, cerré la puerta, y solté el anclaje de la bolsa de la compra y la deposité en la mesa, cogí la bici  y la plegué, dejándola a la izquierda de la puerta de entrada, coloqué la compra y al poco tiempo aparecía nuestro aristocrático gato Athos, ronroneando, exigiendo algo de comida. 


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