viernes, 2 de agosto de 2019

Relato veraniego

Unas sonrisas de felicidad

El cielo, con alguna pequeña nube era de un azul deslumbrante, casi, como un  cuadro de paisaje, del pintor ingles Constable. Había quedado con Carla y Pepe en el  parque, al lado del pequeño lago. Mientras pedaleaba en dirección al lago, iba cruzándome con grupos de personas que, o bien iban andando y charlando entre ellos o, bien iban haciendo running, otros leían, sentados en los escasos bancos que habían colocado a la sombra de pequeños arces. 
Pedaleaba, recordando, como hace unos dos años conocí a Carla, en aquel colectivo de personas que intentaban, intentábamos, crear proyectos para darle vitalidad al barrio y a las personas que vivían en él, nos reuníamos en lo que llamábamos Patio Bienestar.  
En él, se congregaban todo tipo de propuestas, algunas factibles y realizables, otras,  quizá, demasiado utópicas, para los tiempos que corrían. Aún así, la energía que desprendía el patio y aquel grupo de personas era tremendamente creativa e imaginativa, dando lugar a proyectos que fueron consolidándose y haciendo que el barrio tomará rumbos diferentes a lo que estaba abocado, si ese grupo de personas no hubiera peleado con uñas y dientes, por un lugar vivo, pues la droga en aquellos años campaba a sus anchas y había hecho del barrio un lugar inseguro y oscuro. 
Carla, estaba empeñada en aquellos años en intentar sacar adelante un proyecto para personas de la tercera edad, ayudarles a vivir su madurez y su vejez más creativamente, más vitalmente. Hacer que esas personas que empezaban a tener limitaciones físicas o psíquicas, vivieran su tiempo de otra manera, no solamente a pasar las horas sentadas entre cuatro paredes, jugando al bingo o, al parchis o, en soledad.
Y, ahí, entré yo, pues en aquellos años colaborábamos entre varias personas, dentro del colectivo, a arreglar trastos viejos, reconstruir  y reparar muebles antiguos, intentar reciclar y reutilizar aquellos cachivaches que habían dejado de gustar o, de tener el uso para lo que en sus tiempos les habían dado; los encontrábamos por contenedores o tirados sencillamente por las calles, los arreglábamos y los vendíamos en el rastrillo que los fines de semana se ponía en la plaza del barrio. Con un poco de maña y herramientas sencillas hacíamos que aquellos objetos tuvieran una nueva vida y de paso sacábamos algo de dinerillo.
Yo soy aficionado a la bicicleta y siempre me muevo con ella y en aquellos años cogíamos de aquí y de allí, cuadros, llantas, cubiertas, bujes y todo tipo de componentes y hacíamos verdaderas virguerías con imaginación y un poco de técnica. 

Entre caña y caña, una tarde, hablando varias personas del proyecto de Carla, se nos ocurrió, -en estas tormentas de ideas que siempre suelen salir alrededor de unas bravas y unos boquerones en vinagre-, la que fue una de las mejores ideas, que ahora mismo el Ayuntamiento esta llevando a cabo, pues el proyecto se desarrollo de tal manera que tuvimos, con el tiempo el apoyo de instituciones y el beneplácito de patrocinadores anónimos y no tan anónimos. 
El proyecto era sacar a pasear a personas con discapacidades y ciertas limitaciones en una especie de triciclos, parecidos a esas bicicletas asiáticas, conocidas como ricksaws, pero con los pasajeros delante en su misma silla de ruedas, que pudieran tener la percepción visual del paisaje, sentir la brisa en el rostro, la luz, y, la calidez de los rayos del sol en la piel, escuchar los sonidos de los pájaros y las risas de los niños en los parques. 
Para ello, se habló con Centros de día y Residencias de Mayores enfocándolo a determinados perfiles de personas, pues, desgraciadamente, no todas están en condiciones para realizar dicha actividad.
Para ello hubo que diseñar anclajes que se pudieran adaptar a las sillas de ruedas y a su vez a la bicicleta y con ello empezar a hacer realidad el proyecto de Carla, poco a poco fuimos perfilando y mejorando el diseño, hasta llegar a un buen acabado final, con la ayuda de subvenciones y casas de bicicletas, componentes, etc…

Ya les veo, Carla me saluda desde lejos con los brazos y a su lado Pepe, un simpático anciano, de 78 años, con limitaciones motrices y principios de demencia esta sentado en su silla; veo que han venido con varias ancianos de la Residencia y los compañeros de Carla que les van a ayudar en la actividad.
Ahí esta Pepe, con la mirada fija en el horizonte, su horizonte, con una sonrisa de oreja a oreja, que refleja la felicidad que siente porque va a pasear a la luz del sol, porque va a sentir el viento en su rostro, a escuchar el sonido de los pájaros y a deslizarse con la luz, nada más y nada menos.



2 comentarios:

  1. Que bonito pensar en estos proyectos para los mayores, una edad por la que muchods pasaremos....

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  2. Fíjate como será que hace unos meses realicé una ruta con unas cuantas personas por el norte de España y no eran tan mayores y, algunos ya llevaban asistencia eléctrica,... fíjate tú...¡¡Ja!!,¡¡Ja!!. Un beso.

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