martes, 27 de agosto de 2019

Relato veraniego

Esclavos de la salud

Como cada mañana, Joaquín, se encontraba leyendo el periódico en el kiosco del parque conocido como: “El Rincón de la Dehesa”; la mañana discurría tranquila, alguna persona pasaba paseando con el perro y, otras, con la cabeza hacía abajo, mirando el móvil; ¡¡un día, alguno se va a dar con alguna farola!!, ¡¡levantar la cabeza!!, pensó para sí, Joaquín,. 
-¡¡Aquí tiene el café, señor Joaquín, bien cargado como siempre!!.
-Gracias Pepe.
Desde que se jubiló, Joaquín gastaba su tiempo en sendas lecturas de la prensa, literatura varia y, alguna escapada a su pequeño pueblo, donde le quedaba algún familiar y, una casona que heredó de sus padres, que poco a poco se estaba echando a perder, pues necesitaba arreglos y Joaquín, económicamente, no andaba muy sobrado.  
En estas, que pasando las páginas del periódico, llega a las páginas centrales con unos cuantos titulares a cinco columnas y en versales, que decían así:

“Los aficionados del ciclismo cada día se parecen más a los fanáticos del futbol”
“El dopaje en el ciclismo amateur: lo que nadie cuenta”
“¿Se mide la pasión por el ciclismo en función del dinero que te has gastado en la bici, ropa, aparatos electrónicos…?”
Adictos a “los deportes”, la “droga” de moda en la clase media-alta y no tan alta.
Y Joaquín, empezó a leer los artículos, pues de joven había sido aficionado a la bicicleta y, por su pueblo iba y venía de la huerta, y así conoció a la que sería su esposa, que vivía en el pueblo de al lado, ¡¡bueno!!, no tan al lado, que cada vez que iba a verla, entre ir y venir, se hacía unos cincuenta kilómetros.
Los artículos más o menos decían lo siguiente:
“Los deportes (running, ciclismo) se han convertido en un fenómeno social durante los últimos años. Su rápida popularización se refleja en la gran cantidad de carreras populares
Los retos deportivos y la capacidad de superación personal generan numerosos beneficiosos, tanto físicos como psíquicos, pero todo en exceso es malo. ¿Dónde están los límites? ¿El deporte puede generar una perniciosa dependencia, hasta el punto de convertirse en una adicción? ¿Cuándo se atraviesa la línea entre lo saludable y lo patológico? ¿Cuáles son los síntomas y qué consecuencias acarrea?
El 18% de las personas que practican ejercicio físico con asiduidad son adictas
Hay un porcentaje de deportistas con dependencia que viven obsesionados y llegan a padecer síndrome de abstinencia cuando no pueden realizar ejercicio, entendido como malestar, mal humor e irritación”, añade Molina.
Las características de esta adicción no difieren en demasía de cualquier otra, incluyendo el síndrome de dependencia, tolerancia y abstinencia. “La adicción al deporte tiene tres fases: una primera en la que se hace por placer; una segunda, en la que el objetivo es mejorar la belleza física, el bienestar, liberarse del estrés o relacionarse con otras personas; y una tercera en la que aparece el abuso y la necesidad de hacer deporte a toda costa, a pesar de que se sepa que puede traer consecuencias negativas”, según aclaraba la autora de la investigación.
La tercera etapa, la del ‘abuso y necesidad’, siguiendo la metodología propuesta es la única con consecuencias negativas, puesto que las otras dos son altamente beneficiosas para la salud y el bienestar mental. Las consecuencias de llegar a este peligroso punto, según explica el psicólogo especialista en tratamiento de adicciones Miguel del Nogal, se resumen en que “el deporte acaba eclipsando todas nuestras actividades, se convierte en el eje central de nuestro día a día y nos hace vivir por y para él”. De este modo, añade, “se dejan de hacer otras cosas con la familia o los amigos, y si un día no es posible hacer deporte debido a una lesión o a un compromiso importante, el sentimiento de malestar se apodera de uno”.
Puede acabar eclipsando todas nuestras actividades con la familia o los amigos y convertirse en el eje central de nuestro día a día
Con el tiempo, suele suceder que “el círculo de amistades comienza a estrecharse únicamente entre las personas que comparten la misma afición por el deporte, mientras que las metas son cada vez más altas, convirtiéndose en una obsesión que puede ir acompañada de mucho sufrimiento físico y psíquico”, añade del Nogal. 
En lo que respecta al componente ambiental tiene mucho que ver el factor de la moda, por un lado, y la buena imagen social que tiene, por otro. “La sociedad nos marca y correr o, montar en bici está de moda, pero al mismo tiempo tiene un componente positivo, pues está muy bien visto ser deportista y ser competitivo, y ambas cosas van de la mano”, dice Del Nogal. Una imagen que, como ocurre con la adicción al trabajo, que también es una conducta que goza de buena prensa, implica el riesgo de que no se interprete como una problemática, a pesar de que la reflejen diferentes síntomas.
Por estas características, no es de extrañar que en el actual contexto de depresión socioeconómica los desempleados llenen los gimnasios o las carreras pedestres o las carreteras de la sierra, los sábados. Es un fenómeno curioso, reconoce el psicólogo experto en adicciones, pero “aunque no se llegue a fin de mes, invierto parte de mis ingresos en hacer deporte, porque así me siento bien, pues de lo contrario la situación sería todavía menos soportable”.
Otra de las cuestiones asociadas a este fenómeno, que cada vez se debate más en los congresos, según añade el psicólogo, es que los deportes de resistencia en general, son adicciones que sustituyen a otras adicciones. “Cada vez nos encontramos a más pacientes en consulta que se vienen a tratar de drogodependencias, fomentas que realicen ejercicio, superan su problema y acaban teniendo una cierta dependencia hacia el deporte. Es cierto que son personas más predispuestas a las adicciones, pero ahora el debate entre los psicólogos está en sí esto es un problema adicional o no, aunque superen su drogodependencia, y si lo más ideal en estos casos es fomentar el ejercicio”.
De éste artículo Joaquín pasó a leer, por encima el siguiente texto:
“Se trata de una cuestión a la que casi todo el mundo respondería que NO. Sin embargo, seguro que también todos tenemos la impresión de que el ciclismo se ha vuelto algo «snob». Esto ya ocurrió en su día con el boom del running. Es muy habitual ver por las carreteras, al menos en España, bicis que superan con facilidad los 3.000 €. No hablemos ya del precio de potenciómetros, ruedas de carbono de perfil, zapatillas. El ciclismo está claro que es un deporte que, o se ama, o se odia, no hay término medio. Cuando se ama se hace con locura pero…¿realmente  es necesario llevar un Trek Madone de 8000€ para sentir pasión por este deporte? Podemos pensar que cada uno con su dinero hace lo que quiere. Es cierto. El dinero cada uno se lo gasta como cree conveniente…
Así, leía Joaquín, mientras por su cabeza le venían imágenes de aquella juventud, ya perdida, con aquella vieja bicicleta negra, que pesaba como un muerto, rodando por esos caminos polvorientos, pero disfrutando del viento y del sol, en un tiempo ya casi olvidado con Teresa al lado, riendo y sintiendo la vida,… aquella vida. 
De repente, unos ruidos hicieron volver a Joaquín al presente, eran cuatro personas jóvenes con bicicletas sencillas, por lo que pudo apreciar, y alforjas, algunas ya desgastadas y con remiendos, una de ellas llevaba una caja de mimbre en el transportín trasero, que se sentaron en la mesa de al lado, pidieron sendos pinchos de tortilla y jarras de cervezas,…y Joaquín pensó para sí: “estos no tienen el problema que plantea el periódico, estos sí que saben vivir epicúreamente, como diría aquel. 














lunes, 19 de agosto de 2019

Relato veraniego

Cansancio

Aquel mundo que dibujaban las páginas del libro que tenía entre las manos, le asustaba; percibía, sentía que al autor no le faltaba algo de razón, no andaba desencaminado, pero,… “un mundo que se asfixiaba en medio de las cosas, un mundo que se llenaba de cosas, de mercancías de una duración y validez cada vez más breves y que no eran realmente necesarias, ese mundo que parecía unos grandes almacenes transparentes, en los que se nos vigila todo el tiempo y somos manejados, manipulados como si fuéramos clientes transparentes, y que no se diferencia esencialmente de un manicomio. 
Hoy las cosas solo obtenían valor si eran expuestas, si acaparaban la atención, Hoy nos exponíamos en Facebook, Instagram convirtiéndonos en pura y simple mercancía.
Parece que lo tuviéramos todo a un golpe de ratón, pero nos faltaba lo esencial,… este mundo de mercancías no era apropiado para ser habitado. 
Hoy el capital lo sometía todo, hasta a las personas, que se convertían en propia mercancía con valor de mercado. El hipercapitalismo actual disolvía por completo la existencia humana en una red de relaciones comerciales. 
Todo lo fagocitaba ese sistema que nos habíamos creado… y, ¡¡pensar que Adam Smith pensaba que la economía no estaba reñida con la ecología!!… 
El mundo había perdido la voz y el habla; es más, había perdido el sonido”. 
El ruido de la comunicación había sofocado el silencio, ese silencio que le era tan preciado y tan amado, que solo lo encontraba cada vez que cogía su bicicleta y pedaleaba por esos silenciosos y solitarios caminos, dejándose a cada instante, a cada pedalada sombras de su ser.
Un mundo, en el que imperaba, pensando para sí, no solo el ruido acústico, sino también el ruido emocional, ideológico, visual; cada vez que salía con su bicicleta por las calles de su ciudad acababa cansado, no un cansancio muscular, ni físico, era otra cosa, era un cansancio interior, profundo…que no sabía qué lo producía”. 

Se encontraba sentado en el asiento del tren que le correspondía y, enfrascado en los pensamientos que planteaba el filósofo Byung-Chul Han, en su último libro; en todas estas reflexiones se encontraba, cuando de repente el tren empezó a moverse, despacio, lentamente, hasta coger cierta velocidad. Salían de la estación principal y atrás iban quedando los altos edificios de viviendas, para dejar paso, primero, a pequeñas extensiones de campo, salpicadas con largas naves industriales y seguidamente, a no ver ninguna arquitectura, sólo campo, infinitas extensiones de campo, colinas y, a lo lejos, en el horizonte, las estribaciones de una cadena montañosa.    
Había cogido unos cuantos días libres en el trabajo y pensaba hacer un recorrido en bicicleta, por una pequeña zona del norte del país. 

………………


Se encontraba cansado, pero no con ese cansancio, con ese agotamiento de la ciudad, era diferente, distinto, era una sensación de fatiga, pero al mismo tiempo de plenitud que no podía explicar, el puerto había sido largo y en algunos tramos con rampas muy duras, pero pedaleando a ritmo fue subiendo, despacio, hasta que llego adonde se encontraban las nubes que le impedían ver más allá de treinta metros delante de él, ahí, se sumergió en un mundo etéreo, vaporoso, hasta llegar al collado y vislumbrar, entre la niebla que le rodeaba, que en la otra cara del puerto, la luz, se habría paso entre las nubes dejando apreciar la silueta de la montaña, como si estuviera dentro de una inmensa acuarela. Se puso ropa de abrigo y empezó a deslizarse camino del valle, poco a poco la luz se hacía más patente, atrás dejaba las sombras grises de las nubes que se pegaban a la falda de la montaña, en su cara norte, para internarse en un paisaje que se iba abriendo de un tono cálido y luminoso; las curvas y la estrecha carretera le hacían concentrarse en el aquí y el ahora más absoluto, hasta romper ese filtro de luz y llegar a un pequeño páramo, donde ya el sol le golpeaba con sus fuertes rayos; paro la bicicleta y sintió una paz que nunca antes había sentido, una calma y quietud indescriptible, no tenía palabras para explicar ese momento, a su derecha se abría un pequeño valle, con una sucesión de pequeñas colinas, que se internaban sinuosamente camino de las cumbres nevadas que tenía frente a él. Parecía una imagen irreal, pero no, era de lo más real,… entre los pequeños retazos de nubes que la montaña dejaba pasar por sus cumbres, en la atmósfera cálida de ese lugar y en el silencio que le rodeaba se sentía pleno y vivo, cansado, pero plenamente vivo. 

viernes, 9 de agosto de 2019

Relato veraniego

A la compra en bici

¡Te dejo la lista de la compra en la mesa!, ¡no te olvides!, escuche entre sueños,- me dijo Sonia-, antes de besarme y dejar ese aroma tan suyo, impregnando el espacio de una frescura y vitalidad único. Cerró la puerta y me quedé medio despierto, medio dormido, en esa duermevela entre la realidad y el mundo de los sueños; al rato, cuando los rayos del sol entraban por las cortinas, me espabilé, me di una rápida ducha y desayuné, con la tranquila compañía de Athos, nuestro aristocrático gato.
Por la terraza, iluminada ya por un fuerte sol, se dejaban ver unos cuantos gorriones revoloteando, cerca del comedero que Sonia les había hecho y que alguno ya daba cuenta de las migas y galletas que ella les había dejado dentro.
La lista de la compra estaba efectivamente encima de la mesa del salón, regué las plantas y cogí la bicicleta plegable, con la bolsa para cargar la compra.
Bajé al portal, desplegué la bici, como siempre, con un movimiento ya automatizado desplegando el pedal izquierdo, subiendo la tija del sillín hacía arriba y colocándola a mi altura, cerrando el cierre y levantar el manillar y fijarlo con su bisagra en su posición, seguidamente, levantándola del sillín, la rueda trasera se colocaba en su posición con una basculación sumamente ingeniosa, al mismo tiempo girar el tubo que unía la rueda delantera y parte del tubo principal y cerrar la bisagra, y, listo para empezar a pedalear, camino del mercado.
Por las calles, el tráfico ya estaba en su máximo apogeo y, sorteando a mil y un palurdos y palurdas -porque la estupidez no esta reñida con el género sexual-, que se desplazaban en sus chatarras medio oxidadas y bufando mierda por sus tubos de escape, conseguí llegar al mercado. Algunos tenderos ya me conocían, pero, aún había alguno que me preguntaba por la bici, que cuanto me había costado, que qué marca era, etc; otras personas, la mayoría, se quedaban mirándome como un bicho raro, cuando la plegaba  a la entrada y la convertía en un carrito con cesta. 
Era un gustazo pasear por el mercado por la mañana temprano, cuando todavía el tumulto de la gente no saturaba los pasillos y, los puestos ofrecían un género amplio, rico y variado. Caminaba despacio, empujando la bici, observando la perfecta colocación de la fruta, en el puesto de Pedro, con ese colorido y formas que hacían fijarse en él, sin casi querer y, verlo, casi, como una instalación artística, en un museo de arte contemporáneo cualquiera; y esos olores al pasar por la pescadería de Tomas y MariCarmen, que con su sonrisa atraía al personal; atunes, merluzas, pescadillas, salmones y mariscos varios, hacían de este puesto, un lugar especial del mercado y te llevaban con los sentidos a costas y playas lejanas. 
Paseaba, percibiendo aromas, olores, colores, formas,… venir al mercado, era un autentico viaje por los sentidos, sin perezas de sacar tickets, ni colas de espera en aeropuertos, ni atascos en carreteras, todo al alcance de la vista, del olfato, del tacto y del gusto, porque de vez en cuando entre picoteos de quesos, algo de charcutería y probar panes de diferentes masas, salía del mercado casi comido.
Así transcurría la mañana y la bolsa de la bici se iba llenado, de verduras, legumbres, frutas, pescados, quesos y panes.
Despidiéndome de Juan, el vigilante que se apostaba en la entrada del mercado, desplegué mi Brompton, coloqué la pesada y cargada cesta y salí de nuevo al caos, a la anarquía de las calles, de esas calles invadidas por cuerpos metálicos, siniestros y arrogantes, invadidas por entes inanimados, que envenenan el aire y, a su vez, el espíritu de las personas que andan por sus aceras, creando una atmósfera enrarecida de violencia, agresividad y ansiedad; yo, intentaba ir por calles tranquilas y de un único sentido aunque siempre, siempre, a derecha o, a izquierda, había coches aparcados que te hacían sentir el espacio como acotado, como limitado por barreras de metal, de chapa, cuando las únicas barreras que tendría que haber, si acaso,- porque en realidad no tendría que haber separaciones físicas, todo al mismo nivel, nada de bordillos, ni bolardos, ni desniveles -serian la de las plantas, los árboles y los paseantes por las aceras.
Al poco rato, llegué a casa, cerré la puerta, y solté el anclaje de la bolsa de la compra y la deposité en la mesa, cogí la bici  y la plegué, dejándola a la izquierda de la puerta de entrada, coloqué la compra y al poco tiempo aparecía nuestro aristocrático gato Athos, ronroneando, exigiendo algo de comida. 


viernes, 2 de agosto de 2019

Relato veraniego

Unas sonrisas de felicidad

El cielo, con alguna pequeña nube era de un azul deslumbrante, casi, como un  cuadro de paisaje, del pintor ingles Constable. Había quedado con Carla y Pepe en el  parque, al lado del pequeño lago. Mientras pedaleaba en dirección al lago, iba cruzándome con grupos de personas que, o bien iban andando y charlando entre ellos o, bien iban haciendo running, otros leían, sentados en los escasos bancos que habían colocado a la sombra de pequeños arces. 
Pedaleaba, recordando, como hace unos dos años conocí a Carla, en aquel colectivo de personas que intentaban, intentábamos, crear proyectos para darle vitalidad al barrio y a las personas que vivían en él, nos reuníamos en lo que llamábamos Patio Bienestar.  
En él, se congregaban todo tipo de propuestas, algunas factibles y realizables, otras,  quizá, demasiado utópicas, para los tiempos que corrían. Aún así, la energía que desprendía el patio y aquel grupo de personas era tremendamente creativa e imaginativa, dando lugar a proyectos que fueron consolidándose y haciendo que el barrio tomará rumbos diferentes a lo que estaba abocado, si ese grupo de personas no hubiera peleado con uñas y dientes, por un lugar vivo, pues la droga en aquellos años campaba a sus anchas y había hecho del barrio un lugar inseguro y oscuro. 
Carla, estaba empeñada en aquellos años en intentar sacar adelante un proyecto para personas de la tercera edad, ayudarles a vivir su madurez y su vejez más creativamente, más vitalmente. Hacer que esas personas que empezaban a tener limitaciones físicas o psíquicas, vivieran su tiempo de otra manera, no solamente a pasar las horas sentadas entre cuatro paredes, jugando al bingo o, al parchis o, en soledad.
Y, ahí, entré yo, pues en aquellos años colaborábamos entre varias personas, dentro del colectivo, a arreglar trastos viejos, reconstruir  y reparar muebles antiguos, intentar reciclar y reutilizar aquellos cachivaches que habían dejado de gustar o, de tener el uso para lo que en sus tiempos les habían dado; los encontrábamos por contenedores o tirados sencillamente por las calles, los arreglábamos y los vendíamos en el rastrillo que los fines de semana se ponía en la plaza del barrio. Con un poco de maña y herramientas sencillas hacíamos que aquellos objetos tuvieran una nueva vida y de paso sacábamos algo de dinerillo.
Yo soy aficionado a la bicicleta y siempre me muevo con ella y en aquellos años cogíamos de aquí y de allí, cuadros, llantas, cubiertas, bujes y todo tipo de componentes y hacíamos verdaderas virguerías con imaginación y un poco de técnica. 

Entre caña y caña, una tarde, hablando varias personas del proyecto de Carla, se nos ocurrió, -en estas tormentas de ideas que siempre suelen salir alrededor de unas bravas y unos boquerones en vinagre-, la que fue una de las mejores ideas, que ahora mismo el Ayuntamiento esta llevando a cabo, pues el proyecto se desarrollo de tal manera que tuvimos, con el tiempo el apoyo de instituciones y el beneplácito de patrocinadores anónimos y no tan anónimos. 
El proyecto era sacar a pasear a personas con discapacidades y ciertas limitaciones en una especie de triciclos, parecidos a esas bicicletas asiáticas, conocidas como ricksaws, pero con los pasajeros delante en su misma silla de ruedas, que pudieran tener la percepción visual del paisaje, sentir la brisa en el rostro, la luz, y, la calidez de los rayos del sol en la piel, escuchar los sonidos de los pájaros y las risas de los niños en los parques. 
Para ello, se habló con Centros de día y Residencias de Mayores enfocándolo a determinados perfiles de personas, pues, desgraciadamente, no todas están en condiciones para realizar dicha actividad.
Para ello hubo que diseñar anclajes que se pudieran adaptar a las sillas de ruedas y a su vez a la bicicleta y con ello empezar a hacer realidad el proyecto de Carla, poco a poco fuimos perfilando y mejorando el diseño, hasta llegar a un buen acabado final, con la ayuda de subvenciones y casas de bicicletas, componentes, etc…

Ya les veo, Carla me saluda desde lejos con los brazos y a su lado Pepe, un simpático anciano, de 78 años, con limitaciones motrices y principios de demencia esta sentado en su silla; veo que han venido con varias ancianos de la Residencia y los compañeros de Carla que les van a ayudar en la actividad.
Ahí esta Pepe, con la mirada fija en el horizonte, su horizonte, con una sonrisa de oreja a oreja, que refleja la felicidad que siente porque va a pasear a la luz del sol, porque va a sentir el viento en su rostro, a escuchar el sonido de los pájaros y a deslizarse con la luz, nada más y nada menos.