lunes, 19 de agosto de 2019

Relato veraniego

Cansancio

Aquel mundo que dibujaban las páginas del libro que tenía entre las manos, le asustaba; percibía, sentía que al autor no le faltaba algo de razón, no andaba desencaminado, pero,… “un mundo que se asfixiaba en medio de las cosas, un mundo que se llenaba de cosas, de mercancías de una duración y validez cada vez más breves y que no eran realmente necesarias, ese mundo que parecía unos grandes almacenes transparentes, en los que se nos vigila todo el tiempo y somos manejados, manipulados como si fuéramos clientes transparentes, y que no se diferencia esencialmente de un manicomio. 
Hoy las cosas solo obtenían valor si eran expuestas, si acaparaban la atención, Hoy nos exponíamos en Facebook, Instagram convirtiéndonos en pura y simple mercancía.
Parece que lo tuviéramos todo a un golpe de ratón, pero nos faltaba lo esencial,… este mundo de mercancías no era apropiado para ser habitado. 
Hoy el capital lo sometía todo, hasta a las personas, que se convertían en propia mercancía con valor de mercado. El hipercapitalismo actual disolvía por completo la existencia humana en una red de relaciones comerciales. 
Todo lo fagocitaba ese sistema que nos habíamos creado… y, ¡¡pensar que Adam Smith pensaba que la economía no estaba reñida con la ecología!!… 
El mundo había perdido la voz y el habla; es más, había perdido el sonido”. 
El ruido de la comunicación había sofocado el silencio, ese silencio que le era tan preciado y tan amado, que solo lo encontraba cada vez que cogía su bicicleta y pedaleaba por esos silenciosos y solitarios caminos, dejándose a cada instante, a cada pedalada sombras de su ser.
Un mundo, en el que imperaba, pensando para sí, no solo el ruido acústico, sino también el ruido emocional, ideológico, visual; cada vez que salía con su bicicleta por las calles de su ciudad acababa cansado, no un cansancio muscular, ni físico, era otra cosa, era un cansancio interior, profundo…que no sabía qué lo producía”. 

Se encontraba sentado en el asiento del tren que le correspondía y, enfrascado en los pensamientos que planteaba el filósofo Byung-Chul Han, en su último libro; en todas estas reflexiones se encontraba, cuando de repente el tren empezó a moverse, despacio, lentamente, hasta coger cierta velocidad. Salían de la estación principal y atrás iban quedando los altos edificios de viviendas, para dejar paso, primero, a pequeñas extensiones de campo, salpicadas con largas naves industriales y seguidamente, a no ver ninguna arquitectura, sólo campo, infinitas extensiones de campo, colinas y, a lo lejos, en el horizonte, las estribaciones de una cadena montañosa.    
Había cogido unos cuantos días libres en el trabajo y pensaba hacer un recorrido en bicicleta, por una pequeña zona del norte del país. 

………………


Se encontraba cansado, pero no con ese cansancio, con ese agotamiento de la ciudad, era diferente, distinto, era una sensación de fatiga, pero al mismo tiempo de plenitud que no podía explicar, el puerto había sido largo y en algunos tramos con rampas muy duras, pero pedaleando a ritmo fue subiendo, despacio, hasta que llego adonde se encontraban las nubes que le impedían ver más allá de treinta metros delante de él, ahí, se sumergió en un mundo etéreo, vaporoso, hasta llegar al collado y vislumbrar, entre la niebla que le rodeaba, que en la otra cara del puerto, la luz, se habría paso entre las nubes dejando apreciar la silueta de la montaña, como si estuviera dentro de una inmensa acuarela. Se puso ropa de abrigo y empezó a deslizarse camino del valle, poco a poco la luz se hacía más patente, atrás dejaba las sombras grises de las nubes que se pegaban a la falda de la montaña, en su cara norte, para internarse en un paisaje que se iba abriendo de un tono cálido y luminoso; las curvas y la estrecha carretera le hacían concentrarse en el aquí y el ahora más absoluto, hasta romper ese filtro de luz y llegar a un pequeño páramo, donde ya el sol le golpeaba con sus fuertes rayos; paro la bicicleta y sintió una paz que nunca antes había sentido, una calma y quietud indescriptible, no tenía palabras para explicar ese momento, a su derecha se abría un pequeño valle, con una sucesión de pequeñas colinas, que se internaban sinuosamente camino de las cumbres nevadas que tenía frente a él. Parecía una imagen irreal, pero no, era de lo más real,… entre los pequeños retazos de nubes que la montaña dejaba pasar por sus cumbres, en la atmósfera cálida de ese lugar y en el silencio que le rodeaba se sentía pleno y vivo, cansado, pero plenamente vivo. 

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