viernes, 30 de octubre de 2020

Relato

 Aquellos lejanos días



Apenas había recorrido unas cuantas calles desde que salió de casa, para despejarse un poco y airear las piernas, aunque ahora, en estos días, tuviera que llevar la mascarilla, cuando al doblar la esquina de la calle se topó, por casualidad, con una estampa que le trajo gratos recuerdos de lejanos días. En la acera, al lado de las barandillas que delimitaban la calzada con la acera, se encontraba una chica intentando candar la bicicleta al enrejado de la barandilla, había dejado una carpeta grande apoyada en la barandilla y una pequeña bolsa, que bien podía ser las que se usan para llevar delante de la bici, en el manillar, ∫como así era cuando lo comprobó más de cerca. 

Al terminar de candar la bicicleta recogió la carpeta, la bolsa y se dirigió, supuso, por la dirección que tomaba, a la Escuela de Artes y Oficios que se encontraba en la calle cercana, pues, en esa misma Escuela estuvo asistiendo a clase, él también, hacía casi ya treinta años.

Se sentó en un banco cercano a la bicicleta y, lentamente, sus recuerdos se fueron a aquellos días, cuando por las mañanas, muy temprano salía en bicicleta, desde la zona conocida como Dehesa de la Villa, bajaba sorteando el trafico y, a los apestosos autobuses, por una de las arterias principales de la ciudad para llegar a clase, casi en el centro de la ciudad. Llegaba enfrente de la calle donde se encontraba la Escuela y, como por un acto reflejo abría la herradura de los frenos, aflojaba el cierre rápido del buje y sacaba la rueda delantera de la horquilla, la colocaba paralela a la rueda trasera, dejaba caer la horquilla al suelo y candaba todo el conjunto: cuadro, ruedas y barandilla, todo formando un pack seguro y uniforme.

Para su sorpresa, ahora que lo piensa, nunca, se encontró ninguna sorpresa desagradable, es más, siempre dejaba la bomba de inflar, - que era de aquellas metálicas que van ancladas al tubo de la bicicleta-, y siempre estaba ahí, nadie se la llevo. 

Aquellos años, la ciudad bullía de creatividad, libertad e imaginación y, sus gentes, un gran porcentaje jóvenes, hacían de ella su escenario de andanzas, juegos y despertares. Él, por aquellos años trabaja ya, por las tardes, en la empresa de autobuses urbanos de la ciudad y dadas sus múltiples inquietudes y motivaciones se había propuesto seguir estudiando, esta vez algo con que contrarrestar ese mundo técnico y tecnológico y rutinario con el que estaba más habituado y que era parte de su día a día.

La Escuela era un espejo de ese momento, de esa ciudad llena de vitalidad y energía.

Jóvenes con sueños, ilusiones, inquietudes creativas llenaban las aulas, los pasillos y las escaleras, siempre había corrillos en los que se debatía tal y cual idea, cómo llevarla a cabo, cómo enfrentarse a un problema técnico en la clase de modelado; la calma y el silencio que imperaba en la clase de dibujo artístico, con la modelo o, el modelo imperturbable posando para los estudiantes; las múltiples respuestas a un problema planteado por la profesora de historia del arte, a cual más luminosa, cual tormenta de ideas en una agencia de publicidad.

Y, mientras todo eso sucedía, en la calle, la bicicleta gris contemplaba impertérrita, el trasiego de personas, de tráfico que era lo habitual en esa importante vía de la ciudad, donde la vida se dejaba ver en sus más insignificantes detalles, aquel vecino que bajaba a dar un paseo con el perro, aquellos comerciales de aquí para allí, con las carretillas llenas de mercancías, aquellos jubilados mirando expectantes como los operarios del ayuntamiento colocaban una nueva parada de autobús, como si les fuera la vida en ello, que a poco más, son ellos, los jubilados, los que les dan indicaciones de cómo y dónde tienen que taladrar la acera, el frutero colocando la fruta cual cuadro impresionista con sus vistosos colores, así iba pasando la mañana y las mañanas sucesivas.

Aquella vida del día a día que vista ahora, en estos oscuros días de pandemia, cuando todo a cambiado tanto y el horizonte se presagia frio y oscuro, aquellos años, aquellos días, se tornan como algo onírico, envueltos en un halo de nostalgia, de un pasado que, ya jamas volverá.

El paseante miró su reloj y se dio cuenta que había estado casi una hora sentado, delante de aquella bici azul, aunque a lo mejor y él no lo sabía en ese momento, había estado un tiempo atemporal donde se había introducido en una imaginaria maquina del tiempo y había estado años delante de aquella bici, casi tantos como habían pasado desde aquellos lejanos días.

Se levanto despacio y lentamente se alejo de la bicicleta, del banco y quizá de aquellos días recordados.


jueves, 15 de octubre de 2020

 



En un instante


En la tetera reposaba el té verde “Sencha Makoto”, la taza, ya preparada con una pequeña cucharada de miel de brezo, y la bandeja con las pasas, las nueces y el pequeño plato con aceite de oliva y algunas rebanadas de pan ya estaba en la mesa.

La luz iluminaba la estancia, el pequeño “sunroom” orientado al este, a primera hora de la mañana ya presentaba una atmósfera cálida y agradable, ideal para empezar el día en armonía.

Después de desayunar, Mark, abrió, como hacía siempre, el correo para ponerse al día con el trabajo y con las noticias que le llegaban de amistades y familia.

En la bandeja de entrada aparecían varios correos de la empresa, algunos de la familia lejana, y, uno, en concreto de Sonia, compañera de aventuras ciclistas, con la que había compartido viajes, rutas y paisajes. En el correo le decía que habían, por fin, llegado después de unos cuantos días, ella y cuatro compañeros más a la costa norte del país y que estaban disfrutando de un muy buen clima.

Semanas atrás, habían salido del ambiente claustrófobico en el que se encontraba la ciudad, pues el virus que se había cernido sobre el mundo entero hacía estragos en las grandes ciudades donde Sonia y los demás compañeros de viaje vivían. 

Con ansia de salir de ese ambiente opresivo y alienante, habían planificado un viaje en bicicleta en el que recorrerían de sur a norte parte del país, disfrutando de horizontes abiertos, aire puro y esa grata sensación que todo viajero en bicicleta siente de ser ínfimos y a la vez formar parte de la naturaleza fusionandote con el entorno por donde pasas. Sonia en su correo dejaba claro que estaban exultantes, llenos de vida y energía, después de recorrer casi seiscientos kilómetros rodeados del viento, la lluvia, el sol y de silencio, de haber recorrido sólo con sus fuerzas paisajes boscosos, baldíos, áridos, pueblos fantasmas,- donde apenas vivían tres personas y ya mayores-, subiendo colinas, montañas y atravesando valles llenos de vida, en el correo dejaba claro que se habían cargado de energía positiva y que por desgracia tocaba a su fin; le adjuntaba unas cuantas fotografías de la ruta y de esos momentos en el que aparecían juntos y sonrientes todos los compañeros de viaje delante de un paisaje en el que las nubes, como volutas de humo acariciaban las laderas de las montañas que se encontraban detrás, en otra foto, se veía a uno de los viajeros casi como un punto deslizándose por una carretera que serpenteaba por un pequeño valle. Todas transmitían belleza y goze, goze de vivir el momento, el presente absoluto rodeados de naturaleza, en armonía. 


Suena el teléfono, es Teresa una compañera de trabajo, su madre a muerto, del maldito virus, de repente, en un instante, toda esa energía que le habían transmitido las imágenes tomadas por Sonia y esas placenteras sensaciones que había hecho suyas porque las había vivido mil y una veces, dejaban en Mark una sensación de rotura, de que algo en esa mañana ya no podía volver a ser como unos pocos minutos antes era. En unos instantes, en unos pocos minutos, la vida y la muerte se habían unido como en un juego del destino, como un cruce del espacio tiempo en el que nada ni nadie puede hacer nada para variar la trayectoria  del presente.

Mark apesadumbrado por la noticia le acompaño en el sentimiento, palabras estas que no podían tener mayor sentido en ese instante preciso y concreto.

Al colgar le vino inmediatamente a la cabeza aquella frase de aquel poeta latino:

“Carpe diem quema mínimum crédula portero memento morí” (algo así como: aprovecha el día, no confíes en el mañana, recuerda que morirás)”.




viernes, 4 de septiembre de 2020

Relato

 

Detrás de una paella




En la paella solo quedaban los restos del homenaje que se habían dado: cabezas de langostinos, conchas de mejillones, algunas conchas de almejas, limones exprimidos, trozos de pan, y los cubiertos y vasos de plástico que les habían puesto en la tienda, junto con las botellas de vino, ya vacías.

El tren Regional Express, se encontraba ya camino de Burgos, habían pasado la localidad de Pancorbo y Briviesca, los viajeros en bicicleta se subieron en Miranda de Ebro, localidad donde el organizador creyó conveniente terminar una ruta que había pensado desde el invierno anterior.

Sabiendo que en Miranda de Ebro existía una tienda de comida para llevar, se le había ocurrido que, que mejor desenlace de la ruta, que encargar un arroz, unas cuantas barras de pan, vino y comerlo en el tren, una vez que todo, bicis y personas ya estuvieran instalados, y así fue.

Una vez colocadas las bicicletas y después de que pasará el interventor del tren pidiendo los billetes y el permiso de las bicicletas se instalaron en el suelo del vagón,- hay que decir que aquellos trenes regionales de entonces, disponían de un espacio diáfano donde poder colocar holgadamente seis bicicletas, sin molestar a nada, ni a nadie- donde colocaron la paella, todavía caliente, pero, ya reposado el arroz; que decir, cuando levantaron el trozo de papel que tapaba aquel majestuoso monumento a la gastronomía del país,¡bueno!, aquello era Arte, puro arte con mayusculas.

Se miraron todos con satisfacción y alegría, cual visión mística teresiana, aquello fue un orgasmo comunitario elevado a la séptima potencia, aquellos efluvios, aquellos aromas que emanaban del “cuadro” que tenían enfrente superaban con creces la magdalena proutsiana, pues… 

Detrás de aquella paella aparecía una mujer leyendo en un tren “El corazón de las tinieblas”, unos bailes echados en las fiestas de Polientes, un cura que explicaba los detalles en piedra de la Colegiata de San Martín de Elines, al mismo tiempo que miraba de reojo las sinuosas curvas de una mujer, detrás de aquella paella se encontraban los buitres majestuosos volando encima del cañón del río Ebro, los frescos e inteligentes diálogos en un mesón de Valdelateja, la paciencia de un compañero de ruta en arreglar una cadena eslabón por eslabón, un puntual panadero trayendo el pan recién hecho nada más salir de los sacos de dormir, detrás de aquella paella se encontraba un paseo bajo las estrellas por los montes Obarenes y el armonioso canto de un mirlo en la noche.

Detrás de cada bocado de arroz, se encontraba el lento transcurrir del tiempo, deslizándose sobre unas bicicletas, detrás de esos, casi, lujuriosos fluidos que salían de las cabezas de los langostinos empapando las manos, se encontraba aquella fresca sensación de las aguas del río deslizándose por la piel al amanecer, detrás de cada sorbo de vino se encontraban las risas y las buenas luces de aquellos rostros henchidos y llenos de la belleza del desfiladero del Ebro, a su paso por Santa Maria de Elines y Orbaneja del Castillo, detrás de esos pringues de trozos de pan en el fondo de la paella, se encontraban aquellos buenos diálogos casi socráticos donde se arreglaba el mundo y por ende la vida; entre risas, chascarrillos y algunas alabanzas al manjar del que estaban dando buena cuenta, fueron vaciando la paella y las botellas y llenando casi al mismo tiempo sus miradas de brillos, luces y buenas sensaciones.

Detrás de aquella paella se encontraba aquel tiempo vivido en armonía, con un ritmo pausado, tranquilo, sin prisas; un tiempo que fluía por si solo, sin agobios por nada ni por nadie, donde la luz acariciaba las hojas del bosque peinándolas de este a oeste, dejando que las sombras se deslizaran junto a aquellos viajeros en bicicleta como si fueran un único ser.

Detrás de aquella paella se encontraba un tiempo pasado, donde alguien, un día de invierno imaginó, sobre un mapa del norte de Burgos, un recorrido, donde deslizar unas cuantas bicicletas y llegar a imaginar rostros, miradas y sonrisas llenas de belleza.

Detrás de aquella paella se encontraba, sin saberlo o, sabiéndolo, la vida.




A todas aquellas personas que hicieron de la ruta: Merindades III, algo sublime.






viernes, 14 de agosto de 2020

A una mujer con bicicleta


A una mujer con bicicleta





















Ha pasado mucho tiempo desde que esta imagen fuera captada, por un fotógrafo o, una fotógrafa, no lo sabemos. Lo que si podemos decir, porque tenemos datos contrastados, es que se tomó en los primeros años de la década de los 50, del siglo XX, en una España que todavía arrastraba los rigores y las pesadumbres de la guerra civil y lo que le quedaría.

En ella, aparece una mujer joven, con una antigua bicicleta - de aquellas llamadas de señora, por la configuración del cuadro - con frenos de varilla, piñón fijo y sillín de cuero, con muelles; la mujer joven sonríe al fotógrafo o fotógrafa , con una sonrisa luminosa, con esa alegría de quien se encuentra disfrutando del momento que esta viviendo, en un día, supuestamente, de verano - por el vestido que lleva, estando en el sitio que está, más bien fresquito - enfrente de la cueva de Covadonga, donde nace el río Deva, sitio mágico donde los haya ; ignoramos si con esas prendas y con esa bicicleta llego hasta allí por sus propios medios, desde la localidad de Cangas de Onis; en principio, es una excursión que por distancia se puede realizar tranquilamente, y más en aquellos años, en que las carreteras estaban ciertamente vacías de tráfico y de coches, pero también eran estrechas y mal asfaltadas, el caso es que esta con la bici, todo un mensaje de independencia, libertad y autonomía, como así, realmente, era la joven.

Esa mujer joven de la fotografía había nacido en tiempos de la República, allá por el año 1933, y a los escasamente cuatro años salió con sus padres y hermanos de España, atravesando los Pirineos por Cataluña, más en concreto, por la localidad de Camprodón para huir de la guerra.

Acogidos, en aquellos penosos y terribles años por un familiar francés, estuvieron viviendo en el sudeste de Francia hasta que en España termino la guerra, pero empezaba en Europa una de las épocas más sangrientas de cuantas haya vivido el viejo continente y, en España, la devastación y el hambre de la posguerra formaban parte del triste y desolador paisaje que se instauro en un país asolado, en ruinas, diezmado hasta el tuétano por la guerra.

Esa mujer joven, siendo una cría empezó a ir a una escuela en la calle Bailen, cercana a Las Vistillas, escuela que todavía, por cierto, sigue existiendo, y a pocos metros de la casa familiar, en la calle de Segovia, donde subiendo y bajando, bajando y subiendo la Costanilla de los ciegos y teniendo por paisaje el viaducto,- por donde pasaban carromatos y destartalados camiones trayendo a la capital parte de los escasos alimentos que alimentaban a la población- , el río Manzanares, la casa de campo en el horizonte y, el Palacio Real se fue desarrollando su incipiente vida. 

Así, fueron pasando los años, y, aquella España poco a poco y con cierta “ayuda extranjera” fue saliendo del terrible pozo de oscuridad en el que la posguerra en la década de los años 40 la había sumergido.

Y, de nuevo, encontramos a esa mujer joven, ya adolescente, intentando abrirse camino en su vida, y en la vida, empezando a trabajar en un taller de costura regentado por una emprendedora francesa que se había instalado en el Madrid de aquella época y con ello aportando con su humilde salario y con los de sus hermanos, cierta tranquilidad económica en casa de sus padres; allí, todo el mundo aportaba.   

Aquel verano del cincuenta y tantos, ya con aproximadamente veinte y pocos años, esa mujer joven, sus padres y sus hermanos se fueron a pasar el verano con unos familiares a Ribadesella, Asturias, donde hicieron mil y una actividades de las que se podían realizar en aquellos tiempos, desde vivir las fiestas del descenso del Sella hasta visitar la basílica de Covadonga, -donde esta realizada la fotografía-, desde cuidar las vacas, ordeñarlas y recoger la hierba, hasta acabar escanciando sidra en un puesto de la feria, allí en Ribadesella, a todo aquel que pasase por allí.

Esa mujer joven, que no era la media naranja, de nada, ni de nadie, como algunos/as cretinos/as, necios o necias ignorantes tratan de reafirmar, con un concepto de tradición judeocristiana a las relaciones entre personas, desde tiempos de costillas y de adanes, con estrechez de miras mentales; ella era un mundo en si misma,- como todos y todas, por cierto somos-, un mundo, cierto, con sus zonas áridas, fértiles, inexploradas o ignotas, con paisajes hermosos y a veces baldíos, un mundo henchido de vida, como aquel otro mundo que encontró y del que estuvo enamorada hasta el fin de su vida.

Aquí, en esta foto quiero pensar que se encontraba feliz, dichosa, por la vida y por el momento concreto que estaba viviendo, más allá del entorno social, económico, político que la rodeaba y,… con una bicicleta,… que mejor mensaje de independencia, autonomía, igualdad y libertad.




A mi madre y a todas aquellas mujeres libres, independientes de manipulaciones y con criterio propio y, a aquellas generadoras de “mundos”. Gracias.


miércoles, 1 de julio de 2020

Relato

¿Quien será…?

















Sería una mañana de primavera de principios de los 80, en Madrid, cuando capte esta instantánea de un ciclista pedaleando tranquilo por el parque del Retiro. 
A primera vista, no parece un ciclista al uso, de los de maillot, zapatos con calas y casco, sino una persona normal y corriente vestido de calle y sin guantes ni casco, más bien con una estética elegante y funcional.
Al recuperar esta imagen de entre las muchas diapositivas que guardo en álbumes perdidos en las estanterías, me ha venido a la cabeza un relato que leí hace pocos días de un viejo amigo de batallas ciclourbanas, en el que trataba de poner el énfasis en la influencia que tiene en la personalidad de cada uno, los mil y un acontecimientos que se desarrollan en el curso de nuestra vida; como si de un árbol se tratara nuestras ramas y raíces van creciendo, desarrollándose buscando o encontrando el alimento que nos ayude a crecer y desarrollarnos como seres, no sabemos que nos encontraremos, por dónde conseguiremos la luz que nos permita alargar nuestras ramas o dónde estará el sustrato que nos hará desarrollar más nuestras raíces; en nuestro camino, iremos encontrando personas que nos influirán y nos harán crecer, sin pensar extenderemos nuestras ramas donde el azar y la casualidad nos lleve; cada paso que demos nos llevará a otra y así sucesivamente.
El azar nos trajo a este mundo, si lo pensamos bien y el mismo azar nos trae a personas, situaciones y realidades, algunas nos conducen por caminos luminosos, otras no llevan por sendas oscuras y sombrías de las cuales, todas, conviene aprender, unas ramas se secaran con el paso del tiempo, pero otras crecerán y se desarrollaran plenas y vivas.  
No sé porqué, al ver esta fotografía ahora, pienso en el camino vital de esta persona que va en bicicleta, qué le llevo a realizar la actividad que estaba haciendo, con esa imagen, estética y no otra, por dónde transcurriría su periplo vital años más tarde; quizá conocería en un viejo piso del centro de Madrid a otras personas como él, y se uniría a algunos para realizar un viaje desde el este hacia el oeste del país, donde se acaba la tierra, al finisterrae; quizá seguiría estudiando también y participando en maratones, al mismo tiempo que disfrutaba con otras personas en las fiestas de San Isidro o las Vistillas o, de todo aquel ambiente que bullía en Madrid en aquellos locos y divertidos años 80.
Quizá, le dejaría tan profunda huella aquel primer viaje, que haría muchos por su cuenta, descubriendo y descubriéndose; quizá participara y colaboraría junto con aquel grupo de personas que se reunían en aquel viejo piso del centro de Madrid para visibilizar y proyectar que otra ciudad era posible; quizá encontraría a muchas más en encuentros de todo el país que le enseñarían, le harían aprender, enriquecerse, como a su vez él haría lo mismo en todas aquellas personas que se le acercaran, como una gran red de conexiones, como la infinita red de raíces que existe en un viejo bosque cuyos árboles se han desarrollado plenos y henchidos de vida y también de perdidas.
Al ver esta vieja foto también me viene a la cabeza una, creo, interesante pregunta:
¿Existe, ahora, todavía, esa persona que sale en la foto o, por el contrario ese ser ya no existe y se ha transformado en otro ser, lleno a su vez de otros seres que le han conformado, que le han ido moldeando, como a su vez él quizá ha ido moldeando sin querer y sin saber a otras personas?, ¿se puede decir con “hiperorgullo”, que yo soy yo, o, lo que es lo mismo, existe alguien tan necio, imbecil e ignorante sin cerebro que no se haya dado cuenta que somos la suma, la resta, la división y la multiplicación de todas las infinitas cosas que nos acontecen, nos han acontecido, en nuestra mágica existencia.

¿Quién será el de la foto?.