viernes, 26 de julio de 2019

Relato veraniego

Caminos diferentes

¡¡Venga, Borja estáte quieto!!, le decía Maria, -mi mujer-, mientras el condenado niño, ¡¡bueno!!, no tan niño ya,- mi hijo-, no paraba incordiar a su hermana pequeña no dejándola mirar el móvil. Habíamos cogido las vacaciones y estábamos en un pequeño pueblo de las montañas del norte, en un pequeño jardín, al lado del hotel donde nos hospedábamos, “disfrutando” del verde paisaje y su hermoso valle, que se habría ante nuestro ojos, el día había amanecido espectacular con una luz limpia y fresca y la temperatura acompañaba esa sensación grata y deliciosa que tienen los días de verano, cuando no se está sometido a horarios, ni presiones rutinarias laborales, pero…, Susana, empezó a llorar, su hermano se había pasado de la raya, y la había llevado al limite de su aguante,… se acabo la calma del momento.
¡¡Es que le consientes demasiado!!, ¡¡es que este crio no esta educado!!, pero, ¡¡Jorge!!, ¡¡dile algo!!, y, aquí me ven a mí, aguantando el chaparrón, yo, que soy un sujeto pasivo, familiarmente hablando, -¡¡bueno y para más cosas!!-, como quien dice; tengo para mi que los hijos son más de mi mujer, que míos, pues creo, que ella me había usado para tenerlos y yo había hecho bien poco,¡¡vamos que me había dejado hacer…, casi todo el día metido en el despacho, de aquí para allá, clientes vienen, clientes van, así que en casa, llego, ceno y a la cama y, al día siguiente temprano de vuelta al trabajo, esa es mi vida, cual hámster girando su rueda dentro de una jaula invisible… 
Así, transcurría la mañana, habíamos desayunado en el hotel y enseguida nos habíamos sentado en el pequeño jardín anexo a la cafetería, donde los niños se explayaban con sus pantallas, y a nosotros nos dejaban en paz, Maria con su móvil última generación se comunicaba con sus amigas, cotilleando, chismorreando temas de los llamados rosas, y yo enfrascado con el portátil, estudiando un proyecto que teníamos entre manos en el despacho de arquitectura, de vez en cuando levantaba la mirada de la pantalla y me extasiaba con la majestuosidad de la montaña que teníamos enfrente y se me pasaban por la cabeza mil y una idea, que jamas podía llevar a cabo, pues las circunstancias, la dinámica del dia al dia, los niños, el trabajo,… me impedían realizarlas o, yo, que era un parado, un soso para todo, no sé.
Había transcurrido la mañana cuando a eso del mediodía, dejé de mirar la pantalla un instante, y pude vislumbrar por la pequeña carretera que teníamos enfrente del hotel, que unas siluetas se acercaban despacio, con un leve murmullo que contrastaba con el del río que transcurría más abajo en el valle. Al irse acercando pude identificar a cuatro personas que iban en bicicleta, cargados con equipajes cada uno de ellos, supuse que eran una familia, pues eran una pareja de adultos y dos chicas adolescentes, despacio, llegaron hasta la zona donde nos encontrábamos, frenaron sus bicicletas y bajaron de sus pesadas monturas. La pareja de adultos nos saludó levemente y se metieron en la cafetería, las chicas se quedaron al lado de las bicicletas, mientras sus padres, por lo que pude observar más tarde, pedían unos refrescos y se sentaban en una mesa en el jardín del hotel.
Allí estaban, altos, bronceados, con ese tono de piel sano de haber estado al aire libre, al viento, mucho tiempo,… por lo que pude apreciar y oír hablaban en un idioma extranjero, parecía nórdico, no sé, dialogaban y reían de alguna anécdota, -supuse- del viaje, estaban distendidos y relajados, ninguno tenía estos artilugios que teníamos nosotros, ellos se miraban, compartían el instante, sintiéndose grupo; mi familia, y yo mismo, cada uno, con su pantalla, como autistas del siglo XXI, cada uno en su jaula tecnológica. Pensé, cuan diferente percepción del instante, del momento, de la vida, y más ahora, en vacaciones. Me preguntaba muchas cosas, entre ellas, si nosotros: Maria, Borja y la pequeña Susana podríamos algún día ser capaces de realizar algo parecido a lo que estaban haciendo esta familia, me preguntaba si llevaban tiempo realizando esa actividad, cómo serian en su vida normal, en qué trabajarían, si su vida era como la nuestra, como la mía, en concreto.
La verdad es que sabiendo como es Maria dudo mucho que fuera capaz de coger una bicicleta,- siempre con la moda, la estética, el qué dirán-, y, encima cargada hasta los topes y pedalear por esas carreteras, pues apenas hace deporte, sólo algo de natación y con sus amigas, y yo, que decir, hace años que no hago ninguna actividad deportiva, desde que me casé, dejé de coger la bici, ya que Maria no le gustaba; antes, sí salía con la gente de la Universidad, pero una vez llegaron los niños ni tan siquiera lo pensaba; veía a este grupo de personas y pensaba, en si no estaríamos haciendo algo mal, -no estaría yo haciendo algo mal-, no nos estaríamos equivocando en nuestro camino, -no me estaría yo equivocando-, en nuestra vida, con esta pasividad vital, del día al día, en la que nos encontrábamos tanto Maria como yo mismo y, estos chavales de ahora que sólo pensaban en sus móviles, no sabrían vivir sin ellos, ¡¡que triste!!, por lo menos, cuando yo era niño, más de una vez iba con mi abuelo al huerto a coger tomates y al establo a recoger la leche, pero, estos, qué saben, qué viven, más allá de una realidad virtual, de un sucedáneo de vida, si son, somos zombis mentales…desde luego habría que parafrasear a John Lennon, con aquella famosa frase: “La vida es aquello que nos pasa cuando estamos mirando una pantalla”.

De repente, unos pequeños sonidos me hicieron volver de mis divagaciones existenciales, era el rítmico sonido de unas cadenas, engranando con los dientes de los piñones, en las bicicletas, que lentamente se alejaban por la estrecha carretera, entre los árboles, cuatro siluetas se perdían, se difuminaban camino de la montaña y del valle, deslizándose con la luz hasta desaparecer. 

miércoles, 17 de julio de 2019

Relato

Nunca es tarde para aprender...

Te toca a ti, despierta, que Jara esta llorando, tienes el biberón encima de la mesa listo para calentarlo, le dijo Ainhoa.
Y, allí voy yo, con las legañas pegadas a los ojos y todavía en ese duermevela que impide reaccionar y te hace ir como un zombi por la casa.
Quien me iba a decir a mí, hace dos años, que iba a estar en estas circunstancias y ser como soy en este momento, cuando hace dos años era, y lo digo con sinceridad, un mequetrefe cultural, un palurdo empático y un ignorante medioambiental, de mucho cuidado, yo, que con mi narcisismo galopante y mi ego elevado a la infinita potencia, no veía más allá de mi tupe.

“Era un día nublado, de una incipiente primavera que se hacía esperar, el día presagiaba lluvia y así fue; desde mi silla de trabajo podía ver como empezaban a deslizarse pequeñas gotas de agua, por los grandes ventanales de doble acristalamiento y la mañana, melancólica, transcurría con cierta tranquilidad, cuando al poco tiempo de estar embobado y mirando las musarañas, un pequeño murmullo detrás de mí, me hizo girar la cabeza, eran la jefa de departamento, el de recursos humanos y una chica desconocida, que por lo que pude escuchar había sido recién contratada y la estaban informando de como se organizaba la sección. 
Me llamo la atención que sujetaba en su mano derecha una bici, de esas que llaman plegable,- yo, he de decir, que en aquellos tiempos, persona “seria y civilizada”, acudía siempre al trabajo en mi flamante vehículo privado, de más o menos cuarenta mil euros-, Brompton, creo que ponía en el tubo principal. Pensé, para mis adentros ¡¡Vaya qué tenemos aquí, una hippie!!, lo que nos faltaba, seguro que es una “ecologista”, de esas que come, “porexpan” , bebe zumos hechos de cualquier planta exótica y práctica yoga.
¡¡Ah!!, esas personas que se creen que van a cambiar el mundo con sus utopias, cuando el sistema capitalista y de libre mercado es lo mejor que hay. Si supieran que el capitalismo les esta poniendo continuamente caramelos para que caigan en la trampa, como por ejemplo: ese concepto de turismo sostenible, ¡¡JA!!, que incrédulos, no existe tal cosa, pues cualquiera sabe que todo deja residuos, hasta esos que se van a recorrer en bici territorios inhóspitos, pero se desplazan hasta allí en avión, con el consumo energético que supone y la contaminación que provoca el trafico aéreo, no ven o no lo quieren ver, que es otra excusa más para seguir vendiendo, que es lo importante, sobre todo para mis ganancias, que tengo en acciones de compañías energéticas.
Alimentos ecológicos, ¡¡JA!!, sobre todo cuando vienen de tres mil kilómetros de distancia, cuando no de más lejos, y, entre medias se usan camiones, barcos o vete a saber qué, movidos por gas-oil y con un montón de intermediarios por el camino.
¡¡Ah!!, no saben cuan podrido esta este planeta, pero a mí, con que no me toquen mis campos de golf, y me sigan haciendo autovías hasta mis pistas de ski, que sigan ilusionados en sus utopias, pobrecitos, y, ahora, les da por cerrar al tráfico las ciudades, ¡¡JA!!, pero quienes se han creído, valientes descerebrados, no saben que las ciudades son de nosotros, que la calle es nuestra, de los que podemos, porque nosotros lo valemos, ¡¡Yo, ¿voy a ir en metro?, ¡¡JA!!, pero en que cabeza cabe.

¡¡Rafa!!,¡¡Rafa!!, pero, ¿donde estas?, espabila, mira te presento a tú nueva compañera de sección, creo que os llevareis bien, me dijo Marta la jefa de departamento,… se llama Ainhoa.

domingo, 14 de julio de 2019

Texto


El viaje o el tiempo de los regalos

Escribo estas líneas en la última noche de la ruta, mis compañeros de viaje duermen, reposando de la inesperada dureza del final de la etapa de hoy. Desde la ventana de la pequeña habitación percibo la suave brisa de la noche, acompañada de ese silencio casi mágico de las montañas que nos rodean, en el aire, todavía quedan olores de madera quemada en los viejos hogares.
Hace cuatro días que salimos de la gran ciudad y nada sabía de las personas que me iban a acompañar en esta pequeña ruta en bicicleta, por las montañas del norte.
Ahora, rodeado del silencio de la noche y de la tenue luz del frontal vuelvo a aquellos tiempos en los que siendo un crio empezaba a descubrir a las personas que me rodeaban, a conocer el entorno donde poco a poco me fui haciendo mayor, nada sabia, ni de ellas, ni de los paisajes que me rodeaban, con el tiempo y con la vida vas descubriendo, aprendiendo, conociendo y valorando; el viaje de la vida, como un tiempo de regalos, nos trae a todos infinitos caminos que recorrer, unos dejan crecer largas ramas siempre en un sentido, otros desarrollan una extensa e intrincada red de ramificaciones cual copa de viejo roble,… en este corto viaje de cuatro días, el tiempo se ha ido llenando de paisajes luminosos, de pequeños sufrimientos, de averías inesperadas, de aprendizajes, de descubrimientos,… de vida, de luces y de sombras, de alegrías y de penas, como una pequeña metáfora del mismo viaje vital y existencial de cada uno de nosotros.
Es ese hermoso tiempo de regalos, humildes, sencillos, austeros los que en realidad sin apenas darnos cuenta y casi ni siquiera apreciarlos conforman la vida de cada uno de nosotros

La ruta ya esta terminando, mañana cada uno, cada una, volverá a sus rutinas, sus quehaceres, en definitiva su vida, todo habrá pasado, todo será pasado…
Sonia volverá a sus clases, a lidiar con esos pequeños tiranos, Andrés, a sus horarios esclavizantes de los que - según me ha confesado- quiere romper definitivamente, Paco, a seguir sus oposiciones y su rutina de estudios y Paula al laboratorio, donde, gracias a una beca tras otra, sigue llevándose algo de dinero a la cartera e inflando su extenso curriculum. 
¿Volveré a saber de ellos?,… no lo sé, cada uno vuelve a su pequeña “celda o, isla”, o como queramos llamarlo, pero…, lo que no me cabe ninguna duda es que permanecerán en mi memoria
unidos a unos momentos placenteros, llenos de sonrisas -“la sonrisa de Sonia, siempre”-, a momentos agradables, plagados de diálogos jugosos y surrealistas -“la lucidez de Andrés-,
momentos destornillantes, con el fresco humor de Paula y, por supuesto, “la sabiduría viejuna” en las observaciones, de Paco, todos hicieron del viaje algo único e inmanente. 

Ahora, con el cansancio cerrándome los ojos cierro este diario de ruta, ya es tarde, y mañana daremos por finalizado ese esbozo de viaje materializado, que un día fue una fugaz idea, pensamiento, abstracción, algo etéreo, imaginado,…algo que no era, no existía,
Como la misma vida, un día llegamos, iniciamos nuestro viaje, nuestro tiempo de regalos y algún día, como muchos otros, lleno de luz, nos vamos, regresando a esa abstracción de la que vinimos…