viernes, 14 de agosto de 2020

A una mujer con bicicleta


A una mujer con bicicleta





















Ha pasado mucho tiempo desde que esta imagen fuera captada, por un fotógrafo o, una fotógrafa, no lo sabemos. Lo que si podemos decir, porque tenemos datos contrastados, es que se tomó en los primeros años de la década de los 50, del siglo XX, en una España que todavía arrastraba los rigores y las pesadumbres de la guerra civil y lo que le quedaría.

En ella, aparece una mujer joven, con una antigua bicicleta - de aquellas llamadas de señora, por la configuración del cuadro - con frenos de varilla, piñón fijo y sillín de cuero, con muelles; la mujer joven sonríe al fotógrafo o fotógrafa , con una sonrisa luminosa, con esa alegría de quien se encuentra disfrutando del momento que esta viviendo, en un día, supuestamente, de verano - por el vestido que lleva, estando en el sitio que está, más bien fresquito - enfrente de la cueva de Covadonga, donde nace el río Deva, sitio mágico donde los haya ; ignoramos si con esas prendas y con esa bicicleta llego hasta allí por sus propios medios, desde la localidad de Cangas de Onis; en principio, es una excursión que por distancia se puede realizar tranquilamente, y más en aquellos años, en que las carreteras estaban ciertamente vacías de tráfico y de coches, pero también eran estrechas y mal asfaltadas, el caso es que esta con la bici, todo un mensaje de independencia, libertad y autonomía, como así, realmente, era la joven.

Esa mujer joven de la fotografía había nacido en tiempos de la República, allá por el año 1933, y a los escasamente cuatro años salió con sus padres y hermanos de España, atravesando los Pirineos por Cataluña, más en concreto, por la localidad de Camprodón para huir de la guerra.

Acogidos, en aquellos penosos y terribles años por un familiar francés, estuvieron viviendo en el sudeste de Francia hasta que en España termino la guerra, pero empezaba en Europa una de las épocas más sangrientas de cuantas haya vivido el viejo continente y, en España, la devastación y el hambre de la posguerra formaban parte del triste y desolador paisaje que se instauro en un país asolado, en ruinas, diezmado hasta el tuétano por la guerra.

Esa mujer joven, siendo una cría empezó a ir a una escuela en la calle Bailen, cercana a Las Vistillas, escuela que todavía, por cierto, sigue existiendo, y a pocos metros de la casa familiar, en la calle de Segovia, donde subiendo y bajando, bajando y subiendo la Costanilla de los ciegos y teniendo por paisaje el viaducto,- por donde pasaban carromatos y destartalados camiones trayendo a la capital parte de los escasos alimentos que alimentaban a la población- , el río Manzanares, la casa de campo en el horizonte y, el Palacio Real se fue desarrollando su incipiente vida. 

Así, fueron pasando los años, y, aquella España poco a poco y con cierta “ayuda extranjera” fue saliendo del terrible pozo de oscuridad en el que la posguerra en la década de los años 40 la había sumergido.

Y, de nuevo, encontramos a esa mujer joven, ya adolescente, intentando abrirse camino en su vida, y en la vida, empezando a trabajar en un taller de costura regentado por una emprendedora francesa que se había instalado en el Madrid de aquella época y con ello aportando con su humilde salario y con los de sus hermanos, cierta tranquilidad económica en casa de sus padres; allí, todo el mundo aportaba.   

Aquel verano del cincuenta y tantos, ya con aproximadamente veinte y pocos años, esa mujer joven, sus padres y sus hermanos se fueron a pasar el verano con unos familiares a Ribadesella, Asturias, donde hicieron mil y una actividades de las que se podían realizar en aquellos tiempos, desde vivir las fiestas del descenso del Sella hasta visitar la basílica de Covadonga, -donde esta realizada la fotografía-, desde cuidar las vacas, ordeñarlas y recoger la hierba, hasta acabar escanciando sidra en un puesto de la feria, allí en Ribadesella, a todo aquel que pasase por allí.

Esa mujer joven, que no era la media naranja, de nada, ni de nadie, como algunos/as cretinos/as, necios o necias ignorantes tratan de reafirmar, con un concepto de tradición judeocristiana a las relaciones entre personas, desde tiempos de costillas y de adanes, con estrechez de miras mentales; ella era un mundo en si misma,- como todos y todas, por cierto somos-, un mundo, cierto, con sus zonas áridas, fértiles, inexploradas o ignotas, con paisajes hermosos y a veces baldíos, un mundo henchido de vida, como aquel otro mundo que encontró y del que estuvo enamorada hasta el fin de su vida.

Aquí, en esta foto quiero pensar que se encontraba feliz, dichosa, por la vida y por el momento concreto que estaba viviendo, más allá del entorno social, económico, político que la rodeaba y,… con una bicicleta,… que mejor mensaje de independencia, autonomía, igualdad y libertad.




A mi madre y a todas aquellas mujeres libres, independientes de manipulaciones y con criterio propio y, a aquellas generadoras de “mundos”. Gracias.


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