El ciclista
consumista compulsivo
Andaba un día de finales de verano haciéndome mi particular
ruta clásica. La ruta en cuestión es la siguiente:
Salir de casa y subir por Miraflores de la sierra, dirección
el puerto de la Morcuera, llegar al refugio del mismo nombre, bajar por pista
camino del Valle del Lozoya, salir enfrente del Monasterio del Paular, comer
por el pequeño embalse llamado: de la Isla y, ya, por la tarde, subir por carretera el puerto
de Cotos, recorrer la llamada plataforma Cotos -Navacerrada y bajar a
Cercedilla para coger el tren de vuelta a casa.
El día era magnifico, el sol despertaba los campos con una
luz suave, y una atmósfera vaporosa dejaba ver sutilmente el perfil sinuoso de
las montañas, con la Najarra como punto principal al que me dirigía, dejando a
la izquierda la mole granítica de la Pedriza, con el Yelmo presidiendo ese caos
anárquico de granito.
Por mis primeras pedaladas denotaba buenas sensaciones, iba
tranquilo, cogiendo poco a poco el ritmo; en la alforja trasera derecha había
metido lo imprescindible para pasar un día por la montaña, sólo llevaba una,
pues, con eso me bastaba, también llevaba la bolsa del manillar con algo de
comida rápida y la cámara de fotos, algo de repuestos: tornilleria, bridas,
cinta aislante, trozos de cámara como parches, etc, etc, luces y pilas, por si
acaso. En la alforja trasera llevaba la comida fuerte: una tartera llena de
ensalada campera, (patatas, guisantes, tomates, zanahorias, pimiento,
champiñones, pasas, huevo duro, cebolla roja, orégano, aceite, vinagre y sal),
algo de fruta,… chocolate; el pan y la cerveza lo compraría en Miraflores,
llevaba también dos botellas de agua para el recorrido en ruta, una en el
cuadro y, otra en la alforja; llevaba mi bolsa de cubiertos y alguna pequeña
cosa más, herramientas, por si acaso me encontraba con alguna avería
inesperada, un chubasquero, porque en la montaña nunca se sabe, y un pequeño
libro que estaba terminando de leer.
Mi bici es una Trek 4100, que me compre por 300 euros, le
había instalado un portabultos trasero y uno delantero, para acoplar alforjas,
tanto delante como atrás, para los viajes largos que me solía hacer a lo largo
del año. Era simple, sin ninguna exquisitez, con ella me había hecho ya
multitud de viajes maravillosos, por caminos, pistas e incluso senderos que con
otro tipo de bicicleta no habría podido.
El caso es que, como decía anteriormente, andaba yo por el
tramo de pista que va desde el refugio de la Morcuera hasta el puente del Perdón,
habiendo hecho la compra en Miraflores y subido el puerto de la Morcuera, en
estas que me doy de bruces con un ciclista, de esos de maillots, “un tío más largo que un día sin pan y
blasfemando en arameo”, porque se le había roto su bicicleta, me paro, le
saludo y le procuro tranquilizar y peguntarle qué es lo que le ha pasado, el
tío ya un poco más relajado, me dice que a “su joya” de bicicleta se le ha roto
la cadena y, qué no sabe qué hacer, pues no lleva absolutamente nada de
herramientas, ni repuestos, a todo esto me hace una rápida descripción de “su
joya”, resulta que era una: Cannondale F29
carbon black cuya seña de identidad más característica de estas
bicicletas de gama alta de Cannondale es la siempre impresionante horquilla
Lefty. Esta horquilla cuya peculiar construcción de un solo brazo no pasa
desapercibida para nadie, se ha ganado un merecido puesto de honor en el mundo
del Mountain Bike por su rendimiento, su ligereza y su llamativo diseño. Junto
a esta horquilla, la tecnología SAVE de
micro-suspensión propia de Cannondale también hace méritos propios mediante el
uso de un laminado especial de carbono cuyas fibras
continuas recorren el tubo de dirección hasta las punteras traseras para
aumentar aún más la rigidez general del cuadro y, a la vez, mantener su
flexibilidad consiguiendo una calidad de conducción inigualable del cuadro (tirantes y vainas), brazos de horquilla y
tijas. Estas zonas especiales resisten con mayor eficacia fuerzas laterales
mientras absorben fuerzas verticales, derivando en un menor cansancio y una
mayor velocidad y comodidad durante la conducción.
Los elementos que componían dicha joya
eran: Un cuadro F29 BallisTec HI-Mod Carbon
con tecnología SPEED SAVE, el pedalier BB30 y el tubo de dirección de 1.5"
Si (Lefty System Integration), la horquilla Lefty Carbon XLR 90 29, con una Transmisión Shimano XTR de 2x10 velocidades
con juego de bielas Cannondale HollowGram SiSL2 y platos SRAM X0. Los frenos Shimano XTR con discos 160/160
(delantero/trasero). Las ruedas ENVE Carbon Twenty9 con buje delantero Lefty SL
y buje trasero Chris King, con cubiertas Schwalbe Thunder Burt EVO Snakeskin en
29x2.1".
El caso es que “la joya” costaba la friolera de agarraros
los machos de: 8499 Euros.
Yo me quede ojiplático, sin palabras. Le tranquilice, le
dije que se lo solucionaba ipso facto, y así hice, saque de mi alforja trasera
el saquito de herramientas y escarbando entre mis variados útiles extraje el
tronchacadenas, procedí a quitarle el eslabón dañado y acortarle uno, ensamblé
y ¡¡hala!!, listo. El tío, mientras tanto, diciéndome que esto no le había
pasado jamás y, que cuando bajara a la ciudad iba a ir a la tienda de
bicicletas para poner una reclamación e incluso cambiar la cadena por una de
mejor calidad; yo, flipaba, mientras el “lumbreras”, no paraba de chupar de su
flamante camelback de última generación, ¡¡vete tú a saber, si no llevaba
dentro un Rioja!!.
El hombre no cabía en sí
de alegría, y agradeciéndome el trabajo realizado salio flechado pista abajo,
con su maillot de diseño, sus gafas fashion y guantes a juego.
Guardé mis herramientas,
seguí, con mi pedaleo tranquilo el mismo camino que él, con mi Trek de 300
euros, pensando que el “habito no hace al monje”, como decía mi abuelo,
preguntándome cuantas personas como aquella hay en este mundo occidental, con otras
aficiones y circunstancias que siguen el mismo patrón de comportamiento:
vanidosos, ególatras, alto poder adquisitivo, consumo desaforado y compulsivo, pero,
incapaces de llegar a comprender que para vivir y apreciar la belleza del
instante y las personas que nos rodean, no hace falta consumir desaforadamente. Por la tarde, llegué a
Cercedilla, habiendo pasado un excelente día en la montaña, rodeado de los
infinitos murmullos del bosque y del agua de los arroyos, sintiendo la pureza
del aire, de un día de finales de verano.
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