El aroma del tiempo (o, excusas para andar en bicicleta).
(Extractos sacados del libro: El aroma del tiempo de
Byung-Chul Han,
editado por Pensamiento Herder)
Byung-Chul Han, es profesor de filosofía y estudios
culturales en la Universidad de las Artes de Berlín.
El aroma es lento. Por eso no se
adecúa, ni desde una perspectiva medial, a la época de las prisas. Los aromas
no se pueden suceder a la misma velocidad que las imágenes ópticas. A
diferencia de estas, ni siquiera se dejan acelerar. Una sociedad regida por los
aromas seguramente no desarrollaría ninguna propensión al cambio y la
aceleración. Se alimentaría del recuerdo y la memoria, de la lentitud y la
perdurabilidad. Pero, en cambio la época de las prisas es un tiempo de visión
“cinematográfica”.
Acelera el mundo convirtiéndolo en
un “desfile cinematográfico de las cosas “*. *(M.Proust, El tiempo
recobrado)
El tiempo se desintegra en una
sucesión de presentes
La época de las prisas no tiene
aroma. El aroma del tiempo es una manifestación de la duración. Rehúye la acción, el goce inmediato.
Es indirecto, da rodeos.
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En el aire del camino de campo, que cambia según la estación,
madura la sabia serenidad, con un mohín de que, a menudo, parece melancólico
(…). En su senda se encuentran, la tormenta de invierno y el día de la siega,
coinciden lo vivaz y excitante de la primavera con lo quedo y feneciente del
otoño, están frente a frente el juego de la juventud y la sabiduría de la
vejez. Pero todo rebosa serenidad al unísono, cuyo eco el camino de campo lleva
calladamente de aquí para allá. *
*(M. Heidegger, camino de campo)
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La sociedad de consumo y del tiempo
libre presenta una temporalidad particular. El tiempo sobrante, que se debe a
un aumento de la productividad, se llena con acontecimientos y vivencias
superficiales y fugaces. Puesto que nada se ata al tiempo de manera duradera,
parece que este transcurre muy deprisa o de que todo se acelera. El consumo y
la duración se contradicen. Los bienes no duran. Llevan inscrita la caducidad
como elemento constitutivo. El ciclo de aparición y desaparición de las cosas
es cada vez más breve. El imperativo capitalista del crecimiento lleva consigo
que las cosas se produzcan y se consuman en un lapso de tiempo cada vez más
corto. La presión del consumo es inmanente al sistema de producción. El
crecimiento económico depende del consumo y el uso vertiginoso de las cosas. La
economía basada en el consumo sucumbiría si de pronto la gente empezara a
embellecer las cosas, a protegerlas frente a la caducidad, a ayudarlas a lograr
una duración.
En la sociedad del consumo se
pierde el demorarse. Los objetos de consumo no dan lugar a ninguna
contemplación. Se usan y se consumen lo más rápido posible, para dejar lugar a
nuevos productos y necesidades. La demora contemplativa presupone que las cosas
tienen una duración. La presión del consumo, sin embargo, suprime la duración.
Tampoco la llamada desaceleración crea una duración. En lo que se refiere a la
actitud de consumo, el show food no se diferencia en nada sustancial del fase
food.
Las cosas se siguen consumiendo. La
mera reducción de la velocidad no transforma el ser de las cosas. El problema
es que la duración, la perdurabilidad y el sosiego amenazan con desaparecer
completamente o se alejan de la vida. El Heidegger tardío contrapone “la
vacilación”, “la serenidad”, “el recato”, “la espera” o “la retención”, que son
formas de ser de la vita contemplativa,
a “la necedad del trabajo”*.
Todas ellas remiten a una
experiencia de la duración. El tiempo del trabajo, el tiempo como trabajo, no
tiene duración. Consume el tiempo produciendo. La perdurabilidad y el sosiego
rehuyen el uso y el consumo. Crean una duración. La vita contemplativa es una praxis de la duración. Genera otro tiempo
al interrumpir el tiempo de trabajo.
* M.Heidegger, Camino de Campo
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La vida ocupada, a la que le falta
cualquier dimensión contemplativa, no es capaz de la amabilidad de lo bello. Se
muestra como una producción y destrucción aceleradas. Consume el tiempo. Tampoco en el tiempo libre, que se mantiene
sometido a la compulsión de trabajar tiene otro comportamiento en relación al
tiempo. Las cosas se destruyen y se mata el tiempo. La demora contemplativa concede tiempo Da amplitud al ser, que es algo más que estar activo. La vida gana
tiempo y espacio, duración y amplitud, cuando recupera la capacidad de
contemplativa.
Si se expulsa de la vida cualquier
elemento apacible, esta acaba en una hiperactividad letal. La persona se ahoga
en su quehacer particular. Es
necesaria una revitalización de la vita
contemplativa, puesto que abre el
espacio de respiración. Quizá el espíritu
deba su origen a un excedente de tiempo, un otium,
una respiración pausada. Se podría reinterpretar pneumas,
que significa tanto “respiración” como “espíritu”.
Quien se queda sin aliento no tiene
espíritu. La democratización del trabajo debe ir seguida de una democratización
del otium, para que aquella no se
convierta en la esclavitud de todos. Así dice Nietzsche:
Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una
nueva barbarie. En ninguna época se han cotizado más los activos, es decir, los
desasosegados. Cuéntase por tanto entre las correcciones necesarias que deben
hacerle al carácter de la humanidad el fortalecimiento en amplia medida del
elemento contemplativo*
*F. Nietzsche, Humano, demasiado humano.
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