domingo, 28 de septiembre de 2014

Texto

El paisaje de mi alma


Algunas veces recuerdo aquel paisaje tan grato a mi alma, donde pasé momentos de la infancia y más adelante de la juventud; allí seguirá, con sus densos bosques, el río surcando sinuoso el fértil valle y aquellos farallones elevándose hacía el cielo, como murallas pétreas defendiendo el maravilloso tesoro del paso hacía las montañas. 
Aquel paisaje que en algunas ocasiones, principalmente de madrugada, se envolvía en brumas, apenas dejando vislumbrar formas etéreas en el horizonte.
Vuelve a mí en el recuerdo sabiendo que siempre estará allí, después de que yo me haya ido; en el otoño se vestirá de colores: amarillos, naranjas, ocres, rojos, verdes; en el invierno sólo dejará ver el blanco de la nieve y del hielo, junto con los negros y grises de las paredes de roca empapadas por la lluvia y por la humedad, y entre medias, el bosque con sus árboles desnudos.
Meses más tarde, en primavera el deshielo hará tronar los desfiladeros con el choque del agua en las paredes de roca, retornaran las frescas tonalidades, de los diferentes verdes en los prados, en las tiernas hojas de las hayas, de los arces, de los robles. El aire se llenará de vida y de luz, dando paso en verano a la densa y voluptuosa madurez de la naturaleza.
Aunque no lo vea frecuentemente sé que esta ahí, que siempre estará ahí, con sus sonidos de agua, con sus sonidos del aire, surgidos de los infinitos pájaros del bosque, con esos olores del heno recién segado y del boj en las entrañas del bosque, de la humedad del musgo en las cortezas de los árboles y el jugoso sabor de sus infinitos frutos, recordaré el inmenso placer de sumergirme en aquellas aguas frías de los arroyos, de sentir en la piel la fresca brisa de las montañas y llegar a notar en las piernas el roce de los helechos y en las manos la corteza lisa y tersa de las hayas.
Ahora, en el recuerdo, partiré hacía ese paisaje y me veré deslizándome sobre una bicicleta por sus estrechos caminos; teniendo como única compañía, el rumor del río, internándome en aquel valle perdido donde un día encontré paz y serenidad.

Ese paisaje seguirá siempre ahí, en el interior de mí alma, como todos aquellos paisajes humanos que tuve el privilegio de conocer y descubrir a lo largo del camino de mi vida y que dejaron un poso de belleza.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Dibujo

Pza del Coso ( Peñafiel)

jueves, 4 de septiembre de 2014

Texto

Cubiertas desgastadas

Ya les ha llegado su hora, no podía seguir usándolas, he tenido que cambiarlas como se cambian unas sábanas usadas, unas viejas cuchillas de afeitar, como se cambian unos viejos zapatos – ahora, entiendo a aquella compañera de Artes y Oficios,- ¿cómo se llamaba? ¡¡Ah, sí!!, Paula - que realizó un homenaje a unos viejos zapatos de cuero, por todas las historias vitales que llevaban detrás, homenaje que consistió en una escultura de un ser humano a escala real hecho de malla de alambre y lo único sólido y visible, eran los ajados zapatos de cuero.
Estas viejas y desgastadas cubiertas de mí bicicleta me habían llevado por caminos perdidos en el tiempo, haciéndome descubrir paisajes humanos fantásticos y luminosos,
A conocer, en aquella intrincada aldea, a aquella pareja de ancianos surcados de arrugas y, rebosantes, en su mirada límpida, de ilusión y amor por sus raíces. Ellos que todavía no habían visto el mar.
A encontrarme con instantes de belleza como en aquel instante que atravesábamos aquel bosque de hayas y una suave luz se filtraba por las infinitas hojas de los árboles.
A descubrir y descubrirme en todas aquellas personas que se cruzaron en mi camino.
Estas cubiertas me ayudaron a saber mirar y a saber escuchar, con ellas recorrí las infinitas sendas que ya nunca más recorreré, porque se perdieron en el tiempo.
Estas cubiertas fueron lentamente dejando sus leves huellas en las arenas de los caminos, de las pistas, de las playas, como trazos etéreos de un instante fugaz, de una existencia efímera.
Casi todas la cosas se desgastan y, por ello, con tristeza en algunos casos se desechan y renuevan, no ocurre así con las personas que hemos querido de una u otra manera, que quizá desparecen o, nosotros desparecemos de sus vidas, pero nunca se desechan como objetos sin alma, pues forman parte ya de ese ser que creemos ser.
Usadas y desgastadas como nuestra propia vida, pero sin ellas y sin ese desgaste jamás seriamos lo que somos, ellas en parte han hecho de mí lo que soy, también son un poco yo.

Ahora, estoy poniendo las nuevas, espero que estas también me hagan descubrir cosas nuevas y me ayuden a seguir descubriendo los paisajes de mí ser.

martes, 2 de septiembre de 2014

Texto

Un recuerdo del pasado

El bolígrafo se me escurrió de entre los dedos y produjo un sonido metálico encima de la mesa y, entre la decena de caóticos papeles que tenía repartidos por doquier a lo largo de ella. Me sobresalté. Delante de mí se encontraba el monitor y la mesa de trabajo; la luz entraba por los grandes ventanales e iluminaba sin pudor casi todas las mesas de la redacción, y, el constante rumor de voces era el sonido habitual de todos los días; miradas, gestos, sonidos de las sillas al desplazarse, la gente en constante trasiego de aquí a allá. En la calle, como un ligero zumbido se oía desgraciadamente el eterno caos del tráfico con sus cláxones y sus monótonos ronroneos de los motores escupiendo muerte en forma de gases venenosos.
Cogí de nuevo el bolígrafo dispuesto a seguir la tarea y entonces mí mirada reparo en una pequeña fotografía que tenía pinchada en el tablón de corcho enfrente de mí mesa de trabajo.
En la imagen, aparecía alguien parecido a mí, pero, que ya no era yo, al lado de una bicicleta cargada de bultos y rodeado del verdor majestuoso de aquel bosque de castaños, en aquel día de verano cuando hice un recorrido por el norte, en aquel momento estaba en la zona de los Oscos asturianos, recordé que empezó a caerme una ligera llovizna, cuando estaba colocando el trípode, recordé también ese penetrante olor a humedad y bosque que venía a mis sentidos; poco a poco me fui metiendo en el recuerdo, en aquel pasado, tratando de entrar en aquel momento y reviví mentalmente aquel trayecto entre Taramundi y el puerto del Connio, muy cerca de Muniellos, con sus pueblos semi-abandonados hechos de pizarra y tiempo, con chimeneas echando el humo de la vida, sus luces, sus sombras, sus olores; los sonidos del bosque, el murmullo del agua cayendo lentamente por las paredes rocosas llenas de musgo y de humedad junto a la pequeña carretera; el vuelo de aquel ave cerca de mí, las etéreas nubes pegadas a las faldas de las montañas. Por ahí pedaleaba, dejándome llevar por las curvas y por la vida.

Y, el bolígrafo se me escurrió de entre los dedos.