jueves, 23 de septiembre de 2021

Días robados

Las dos palabras juntas me hicieron remover algo en el interior de mi cabeza; cuando Hannah me las dijo, al principio, no les di demasiada importancia, luego, no paraban de resonar como una música repetitiva dentro de mi ser.


Todos allí ejercían su función con extremada pulcritud, eficiencia, productividad, eficacia,…tenían que alcanzar crecimiento, logros, objetivos,… todos ellos conceptos de un sistema en el que nada se dejaba al azar, ni al caos, todo tenía que estar controlado, medido, para la consecución del dominio, del poder de la empresa sobre todos aquellos seres a los que se les había hecho creer que necesitaban esos productos, productos que les iban a dar una supuesta sensación de felicidad.

Tenerlos era vivir una vida plena, una vida satisfactoria.


Los horarios en la empresa se sustentaban en retículas espacio/temporales y cuando algo o alguien se salía de esas retículas imaginarias chocaba con la extrañeza de las diferentes jefaturas, así, un buen día, sentada en su silla de trabajo enfrente de la pantalla de su ordenador Hannah imagino que se dejaba llevar por el viento entre los árboles y, que sentía los tibios rayos del sol sobre su piel, cuando pedaleara lentamente por una carretera perdida en un desfiladero al norte del país.


El viaje les llevaría con sus bicicletas a recorrer parte de lo que se conocía como “las tierras del norte”; formarían un grupo de seis personas heterogéneas, cada una con rasgos y maneras de comportarse diferentes, pero les uniría a todas la búsqueda de la serenidad, de la belleza, de la calma, envueltas en la naturaleza y, por ello recorrerían atravesando aquellos paisajes sobre esos sencillos, simples, vehículos denominados bicicletas. 

Lo tenían planeado desde unos cuantos meses atrás y, unos de una manera, otros de otra, tenían que coger unos días de permiso para realizar el viaje. 

……….


Realizaron el viaje y cargados de energía regresaron a sus rutinas, quehaceres y desempeños que les pagaban sus alimentos, sus ropas y sus vidas, cuando un día contacte con Hannah y preguntando cómo pudieron coger esos días después de sus periodos de vacaciones, me contesto: sí, fueron “días robados”. 


Aquellas dos palabras me hicieron reflexionar y preguntarme si en verdad eran días robados aquellos días en los que recorrieron en sus bicicletas las tierras del norte, en los que el tiempo no existía, en los que la luz del amanecer iluminaba los picos de las montañas y las primeras manchas del bosque y los embriagadores olores de los campos perfumaban el tiempo; aquellos días en los que lentamente, a un ritmo pausado se dejaban deslizar por caminos estrechos y perdidos dentro de paisajes frondosos y llenos de lujuriante naturaleza.

De verdad podían ser días robados aquellos momentos en los que aquellas personas se reunían en largas mesas y daban buena cuenta de viandas y caldos seguidos de largas sobremesas llenas de diálogos frescos, ricos, jugosos en los que se arreglaba el mundo y quizá también la vida, de verdad podían ser días robados.

¿No serian de verdad, días ganados? y lo otro, los días de trabajo, de rutina, de rigidez social, de rigidez espacio/temporal ¿no serian aquellos, los días verdaderamente robados, a la vida?.

O, quizá Hannah el sentido que le daba a esa dos palabras era ese: días robados a la rigidez, a la rutina, al estrés, a la pobreza vital, a la luz.

¿cuales pensáis vosotras/os que son los días robados?

martes, 7 de septiembre de 2021

La belleza del azar




















Las nubes estaban situadas en su sitio, ni un poco más arriba, 

ni un poco más abajo, sus texturas eran perfectas en ese momento, 

la luz del ocaso incidía en el ángulo preciso para acariciar las nubes 

y dejar esos matices rojo-anaranjados espectaculares, era en ese 

preciso momento cuando me encontraba ahí, cogiendo la cámara fotográfica y eligiendo la velocidad de obturación precisa, la 

abertura de diafragma correcta, y el objetivo enfocando al infinito; dispare.

Para que esta fotografía fuera posible tomarla se tuvieron que dar

 una concatenación de hechos verdaderamente sorprendentes e inimaginables para cualquier mente normal, pero que si uno se pone 

a reflexionar sobre ellos verdaderamente son fruto del maravilloso 

tejido que conforma la vida, sus tramas y su urdimbre.

Había decidido recorrer en bicicleta una pequeña zona de los Pirineos, 

un mes de julio de no me acuerdo que año; me dejaba deslizar con la luz, por parajes llenos de bosques, con el murmullo del río siempre a mi lado y alguna que otra subida de algún que otro puerto de montaña cuyos picos presidían majestuosos las laderas y los valles. 

Intentaba dejar atrás, física y psicológicamente la ciudad y, sus 

sinsabores de convivencias y traiciones. Me dije, porqué no volver 

a coger de nuevo aquella vieja bicicleta de carretera y aquellas

 viejas alforjas rojas y salir. 

Salir, sumergirme y rodearme de naturaleza, tener el cielo como techo, bosques en vez de paredes y montañas por ventanas, respirar pureza y 
no contaminación y mierda.

Sentir la libertad de la ausencia del tiempo, parar cuando quisiera y 

volver a avanzar cuando quisiera, sin nadie que controlara mis actos y mis no-actos.

Llenarme de luz y de brisa, deslizarme con ellas y sentirme vivo, plenamente vivo. 

Esa tarde había llegado a la población más grande del valle, gracias 

entre otras cosas a que una amiga me había dicho antes de salir de la ciudad que si pasase por allí la fuera a visitar, que seguro que estaría, pues ella pasaba sus veranos en esa zona y así lo hice, pero antes de encontrarme con ella me encontraba en el parque central de la 

población ajustando los frenos y observando todos los mecanismos de la bicicleta por si alguno fuera a dar problemas en un futuro próximo. 

Cuando de repente me di cuenta, la luz del atardecer dejaba en la bella piedra de la fachada de la catedral un tono entre siena y naranja que le daba un aspecto majestuoso, más del que ya tenía. 

Volví la cabeza para apreciar esa luz y dejarme embriagar por los 

colores y sus bellas gradaciones, fue entonces cuando cogí la cámara y dispare.


Para que esta fotografía fuera posible, yo tenía que estar ahí, con mi cámara fotográfica, ese día y no otro; en el cielo tenían que estar esas nubes y no otras, el viento a cierta altitud tenía que crear ese efecto en

 las nubes, de desplazamiento; los rayos de sol debían incidir en ese ángulo y no otro; seguramente, también era preciso estar en ese mes del año para que ese ángulo solar fuera el preciso para tomar esta fotografía, a lo mejor también era necesario que una amiga me invitase a ir allí, a 

esa localidad y quizá muchas más cosas que jamás imaginaría y que no conseguiré nunca conocer, pero que están detrás de esta fotografía.

La belleza del azar.