sábado, 9 de octubre de 2021

Ficha de ruta




















FICHA DESCRIPTIVA


RUTA
: Por la Serranía de Cuenca 

DURACIÓN: La ruta se hizo en 3 días.

RECORRIDO:
El recorrido en bicicleta partió de la población de Peralejos de las truchas iniciando una subida constante por la sierra del Tremedal dirección Masegosa, tomando la desviación a Tragacete, donde hicimos noche, previamente visitamos el nacimiento del río Cuervo y la localidad de Vega de Codorno. La distancia más o menos ese día fue de 42 Km.
El segundo día partimos de Tragacete, camino de la localidad de Poyatos, introduciéndonos en el maravilloso entorno conformado por el río Escabas y cercano al parque nacional de el Hosquillo, por una carretera serpenteante y que atraviesa bosques de coniferas y rocas calizas hasta llegar al lugar conocido como Tejadillos, desde donde parte la carretera camino a la localidad de Las Majadas, que dejamos a la izquierda; pasado Poyatos la ruta seguía camino de Fuertescusa, Cañizares e introduciéndonos en el desfiladero de Beteta, donde en dicha localidad hicimos noche.
El tercer día partimos de Beteta camino de Cueva de Hierro y Poveda de la Sierra desde donde cogimos una pista que nos introduciría en el Alto Tajo siguiendo su curso, encontrándonos con la laguna de Taravilla, que dejamos en el margen izquierdo y rodeados del impresionante paisaje de pinos, arces y tilos, y demás especies arbóreas; en el cielo la siempre presencia de los majestuosos buitres.

CARTOGRAFÍA: Mapa regional de Cuenca, escala 1:200.000.

CÓMO LLEGAR: Usamos vehículos privados.

CÓMO VOLVER: Volvimos, lógicamente, en el mismo medio.

BICICLETA RECOMENDADA: Es recomendable bicicleta de montaña y para algunas personas bicicleta de montaña eléctrica.

DÓNDE PERNOCTAR: Hicimos noche en hoteles y apartamentos 

ÉPOCA: La ruta se hizo en Octubre del 2021

DIFICULTADES Y ATRACTIVOS DE LA RUTA: Esta ruta, tiene su dureza no lo voy a negar, pero se compensa rápidamente con la belleza que supone pedalear por estas sierras siguiendo los cursos de los ríos Escabas, Cabrillas y Tajo. La carretera que recorre el río Escabas es sencillamente impresionante desde que nos desviamos de la carretera que iba de Tragacete a Vega de Codorno, atravesando bosques de pinos y desfiladeros conformados por el río. Y, para redondear tan impresionante entorno, atravesar la pista del Alto Tajo hasta Peralejos de las Truchas es de difícil olvido.Recomendable cien por cien.



viernes, 8 de octubre de 2021

Sentirse viva

Habíamos llegado a coronar la subida de la pequeña colina y, desde allí, se podía ver ya la población de San Esteban de Gormaz, donde íbamos a hacer noche, según el organizador de la ruta. Estaba anocheciendo y, los colores del atardecer lo impregnaban todo de esa suave calidez, que junto a la buena temperatura primaveral, hacía, del ocaso, un momento bello y efímero,…ah, la belleza de lo efímero. 

Me encontraba detrás del grupo, un poco alejado de las últimas personas que lo conformaban que eran Eva y Rosa, cuando en un momento dado veo que Rosa se para, diciendo que hasta aquí, que no podía más,… se encontraba cansada y exhausta; al poco tiempo llegué hasta donde se encontraban las dos, en ese momento Eva trataba de calmar a Rosa, que se encontraba en un estado nervioso, alterado, y algo preocupada por el grupo y por la noche que se acercaba; Eva, con su infinita paciencia intentaba consolarla como buenamente podía y entre los dos intentábamos animarla y motivarla para que retomará la marcha, de repente, en un instante, Rosa se puso a llorar desconsolada, las lagrimas le corrían por el rostro y empezó a decirnos cuanto echaba de menos a su madre y a preguntarse si estaría bien,- allí, no había cobertura para llamarla- si estaría preocupada por ella, así, como otras cuestiones que nos pareció cuanto menos peculiares viniendo de una persona como ella,- decir que Rosa era una mujer de unos cincuenta y tantos muy introvertida, con una mirada triste y, muy, muy, apegada a su madre, y de hecho nos sorprendió su actitud. Sentados al borde de la carretera, con las bicicletas al lado del arcén, tratábamos de estimular y de motivar a Rosa. Poco a poco, se fue relajando y tranquilizando y gracias a Eva,- yo me mantenía un poquito neutral emocionalmente- Rosa consiguió subirse de nuevo a la bicicleta, la animamos con que las luces del destino se veían cerca y que tan solo quedaban unas cuantas curvas y como mucho un kilometro escaso para llegar a algún lugar donde pasar la noche, ducharnos y cenar al calor de unas buenas viandas. 

Despacio, muy despacio, Eva la iba hablando y motivando hasta que por fin conseguimos llegar a la población.


……………………


Nos encontrábamos en el mesón sentados en una mesa casi medieval, alargada, y rodeada de lamparas colgantes, todo de madera.  

Habíamos pedido ya los menús y estábamos dando cuenta de los apetitosos aperitivos que nos habían dispuesto a lo largo y ancho de la mesa; entre los múltiples diálogos y charlas unos con otros, yo, me encontraba distraído y reflexionando en todos esos momentos que habíamos vivido ese día, abstraído de todo lo que en ese momento estaba sucediendo en la mesa.

Cuando volví de mis ensoñaciones mi mirada se poso en los ojos de Eva, que me decían que observará a Rosa, y, allí estaba Rosa, riéndose a mandíbula batiente, desinhibida e integrada perfectamente en el grupo, exultante, llena de vida.

Al finalizar la cena, Rosa se puso de pie y sorprendiéndonos a todos los que estábamos allí, se sinceró sin ningún pudor, ni vergüenza, comunicándonos las sensaciones vividas en ese primer día de viaje, en ese, su primer viaje en bicicleta, su primera salida sintiendo la luz en el rostro, el viento en la piel, percibiendo el paso del tiempo de otra manera, dejándose deslizar sobre una sencilla bicicleta por paisajes abiertos e infinitos;…en ese momento, Rosa se puso a llorar, pero, esta vez, no como unas pocas horas antes, no, esta vez lloraba de alegría, de saberse capaz de hacer algo que nunca antes había hecho, de sentirse viva y feliz, sabedora de sus limitaciones, Rosa lloraba por haber sido capaz de romper unas barreras que ella misma desconocía, pero que estaban ahí, lloraba por un tiempo de oscuridad, y lloraba por la luz que veía en el horizonte, había conseguido romper aquella telaraña que le impedía crecer y saberse ella, saber que dentro de ella habitaba otra Rosa, de la cual apenas conocía nada, pero que empezaba a intuir.


………………


Unos meses más tarde, en una salida organizada por un tal Julio volvimos a encontrarnos con Rosa, se había comprado una bicicleta y un juego de alforjas y estaba empezando a moverse por la ciudad en ella, parecía más joven, llena de energía y de vida.   


jueves, 23 de septiembre de 2021

Días robados

Las dos palabras juntas me hicieron remover algo en el interior de mi cabeza; cuando Hannah me las dijo, al principio, no les di demasiada importancia, luego, no paraban de resonar como una música repetitiva dentro de mi ser.


Todos allí ejercían su función con extremada pulcritud, eficiencia, productividad, eficacia,…tenían que alcanzar crecimiento, logros, objetivos,… todos ellos conceptos de un sistema en el que nada se dejaba al azar, ni al caos, todo tenía que estar controlado, medido, para la consecución del dominio, del poder de la empresa sobre todos aquellos seres a los que se les había hecho creer que necesitaban esos productos, productos que les iban a dar una supuesta sensación de felicidad.

Tenerlos era vivir una vida plena, una vida satisfactoria.


Los horarios en la empresa se sustentaban en retículas espacio/temporales y cuando algo o alguien se salía de esas retículas imaginarias chocaba con la extrañeza de las diferentes jefaturas, así, un buen día, sentada en su silla de trabajo enfrente de la pantalla de su ordenador Hannah imagino que se dejaba llevar por el viento entre los árboles y, que sentía los tibios rayos del sol sobre su piel, cuando pedaleara lentamente por una carretera perdida en un desfiladero al norte del país.


El viaje les llevaría con sus bicicletas a recorrer parte de lo que se conocía como “las tierras del norte”; formarían un grupo de seis personas heterogéneas, cada una con rasgos y maneras de comportarse diferentes, pero les uniría a todas la búsqueda de la serenidad, de la belleza, de la calma, envueltas en la naturaleza y, por ello recorrerían atravesando aquellos paisajes sobre esos sencillos, simples, vehículos denominados bicicletas. 

Lo tenían planeado desde unos cuantos meses atrás y, unos de una manera, otros de otra, tenían que coger unos días de permiso para realizar el viaje. 

……….


Realizaron el viaje y cargados de energía regresaron a sus rutinas, quehaceres y desempeños que les pagaban sus alimentos, sus ropas y sus vidas, cuando un día contacte con Hannah y preguntando cómo pudieron coger esos días después de sus periodos de vacaciones, me contesto: sí, fueron “días robados”. 


Aquellas dos palabras me hicieron reflexionar y preguntarme si en verdad eran días robados aquellos días en los que recorrieron en sus bicicletas las tierras del norte, en los que el tiempo no existía, en los que la luz del amanecer iluminaba los picos de las montañas y las primeras manchas del bosque y los embriagadores olores de los campos perfumaban el tiempo; aquellos días en los que lentamente, a un ritmo pausado se dejaban deslizar por caminos estrechos y perdidos dentro de paisajes frondosos y llenos de lujuriante naturaleza.

De verdad podían ser días robados aquellos momentos en los que aquellas personas se reunían en largas mesas y daban buena cuenta de viandas y caldos seguidos de largas sobremesas llenas de diálogos frescos, ricos, jugosos en los que se arreglaba el mundo y quizá también la vida, de verdad podían ser días robados.

¿No serian de verdad, días ganados? y lo otro, los días de trabajo, de rutina, de rigidez social, de rigidez espacio/temporal ¿no serian aquellos, los días verdaderamente robados, a la vida?.

O, quizá Hannah el sentido que le daba a esa dos palabras era ese: días robados a la rigidez, a la rutina, al estrés, a la pobreza vital, a la luz.

¿cuales pensáis vosotras/os que son los días robados?

martes, 7 de septiembre de 2021

La belleza del azar




















Las nubes estaban situadas en su sitio, ni un poco más arriba, 

ni un poco más abajo, sus texturas eran perfectas en ese momento, 

la luz del ocaso incidía en el ángulo preciso para acariciar las nubes 

y dejar esos matices rojo-anaranjados espectaculares, era en ese 

preciso momento cuando me encontraba ahí, cogiendo la cámara fotográfica y eligiendo la velocidad de obturación precisa, la 

abertura de diafragma correcta, y el objetivo enfocando al infinito; dispare.

Para que esta fotografía fuera posible tomarla se tuvieron que dar

 una concatenación de hechos verdaderamente sorprendentes e inimaginables para cualquier mente normal, pero que si uno se pone 

a reflexionar sobre ellos verdaderamente son fruto del maravilloso 

tejido que conforma la vida, sus tramas y su urdimbre.

Había decidido recorrer en bicicleta una pequeña zona de los Pirineos, 

un mes de julio de no me acuerdo que año; me dejaba deslizar con la luz, por parajes llenos de bosques, con el murmullo del río siempre a mi lado y alguna que otra subida de algún que otro puerto de montaña cuyos picos presidían majestuosos las laderas y los valles. 

Intentaba dejar atrás, física y psicológicamente la ciudad y, sus 

sinsabores de convivencias y traiciones. Me dije, porqué no volver 

a coger de nuevo aquella vieja bicicleta de carretera y aquellas

 viejas alforjas rojas y salir. 

Salir, sumergirme y rodearme de naturaleza, tener el cielo como techo, bosques en vez de paredes y montañas por ventanas, respirar pureza y 
no contaminación y mierda.

Sentir la libertad de la ausencia del tiempo, parar cuando quisiera y 

volver a avanzar cuando quisiera, sin nadie que controlara mis actos y mis no-actos.

Llenarme de luz y de brisa, deslizarme con ellas y sentirme vivo, plenamente vivo. 

Esa tarde había llegado a la población más grande del valle, gracias 

entre otras cosas a que una amiga me había dicho antes de salir de la ciudad que si pasase por allí la fuera a visitar, que seguro que estaría, pues ella pasaba sus veranos en esa zona y así lo hice, pero antes de encontrarme con ella me encontraba en el parque central de la 

población ajustando los frenos y observando todos los mecanismos de la bicicleta por si alguno fuera a dar problemas en un futuro próximo. 

Cuando de repente me di cuenta, la luz del atardecer dejaba en la bella piedra de la fachada de la catedral un tono entre siena y naranja que le daba un aspecto majestuoso, más del que ya tenía. 

Volví la cabeza para apreciar esa luz y dejarme embriagar por los 

colores y sus bellas gradaciones, fue entonces cuando cogí la cámara y dispare.


Para que esta fotografía fuera posible, yo tenía que estar ahí, con mi cámara fotográfica, ese día y no otro; en el cielo tenían que estar esas nubes y no otras, el viento a cierta altitud tenía que crear ese efecto en

 las nubes, de desplazamiento; los rayos de sol debían incidir en ese ángulo y no otro; seguramente, también era preciso estar en ese mes del año para que ese ángulo solar fuera el preciso para tomar esta fotografía, a lo mejor también era necesario que una amiga me invitase a ir allí, a 

esa localidad y quizá muchas más cosas que jamás imaginaría y que no conseguiré nunca conocer, pero que están detrás de esta fotografía.

La belleza del azar.