lunes, 17 de febrero de 2014

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El ciclista consumista compulsivo

Andaba un día de finales de verano haciéndome mi particular ruta clásica. La ruta en cuestión es la siguiente:
Salir de casa y subir por Miraflores de la sierra, dirección el puerto de la Morcuera, llegar al refugio del mismo nombre, bajar por pista camino del Valle del Lozoya, salir enfrente del Monasterio del Paular, comer por el pequeño embalse llamado: de la Isla y, ya,  por la tarde, subir por carretera el puerto de Cotos, recorrer la llamada plataforma Cotos -Navacerrada y bajar a Cercedilla para coger el tren de vuelta a casa.
El día era magnifico, el sol despertaba los campos con una luz suave, y una atmósfera vaporosa dejaba ver sutilmente el perfil sinuoso de las montañas, con la Najarra como punto principal al que me dirigía, dejando a la izquierda la mole granítica de la Pedriza, con el Yelmo presidiendo ese caos anárquico de granito. 
Por mis primeras pedaladas denotaba buenas sensaciones, iba tranquilo, cogiendo poco a poco el ritmo; en la alforja trasera derecha había metido lo imprescindible para pasar un día por la montaña, sólo llevaba una, pues, con eso me bastaba, también llevaba la bolsa del manillar con algo de comida rápida y la cámara de fotos, algo de repuestos: tornilleria, bridas, cinta aislante, trozos de cámara como parches, etc, etc, luces y pilas, por si acaso. En la alforja trasera llevaba la comida fuerte: una tartera llena de ensalada campera, (patatas, guisantes, tomates, zanahorias, pimiento, champiñones, pasas, huevo duro, cebolla roja, orégano, aceite, vinagre y sal), algo de fruta,… chocolate; el pan y la cerveza lo compraría en Miraflores, llevaba también dos botellas de agua para el recorrido en ruta, una en el cuadro y, otra en la alforja; llevaba mi bolsa de cubiertos y alguna pequeña cosa más, herramientas, por si acaso me encontraba con alguna avería inesperada, un chubasquero, porque en la montaña nunca se sabe, y un pequeño libro que estaba terminando de leer.
Mi bici es una Trek 4100, que me compre por 300 euros, le había instalado un portabultos trasero y uno delantero, para acoplar alforjas, tanto delante como atrás, para los viajes largos que me solía hacer a lo largo del año. Era simple, sin ninguna exquisitez, con ella me había hecho ya multitud de viajes maravillosos, por caminos, pistas e incluso senderos que con otro tipo de bicicleta no habría podido.
El caso es que, como decía anteriormente, andaba yo por el tramo de pista que va desde el refugio de la Morcuera hasta el puente del Perdón, habiendo hecho la compra en Miraflores y subido el puerto de la Morcuera, en estas que me doy de bruces con un ciclista, de esos de maillots,  “un tío más largo que un día sin pan y blasfemando en arameo”, porque se le había roto su bicicleta, me paro, le saludo y le procuro tranquilizar y peguntarle qué es lo que le ha pasado, el tío ya un poco más relajado, me dice que a “su joya” de bicicleta se le ha roto la cadena y, qué no sabe qué hacer, pues no lleva absolutamente nada de herramientas, ni repuestos, a todo esto me hace una rápida descripción de “su joya”, resulta que era una: Cannondale F29 carbon black  cuya seña de identidad más característica de estas bicicletas de gama alta de Cannondale es la siempre impresionante horquilla Lefty. Esta horquilla cuya peculiar construcción de un solo brazo no pasa desapercibida para nadie, se ha ganado un merecido puesto de honor en el mundo del Mountain Bike por su rendimiento, su ligereza y su llamativo diseño. Junto a esta horquilla, la tecnología SAVE de micro-suspensión propia de Cannondale también hace méritos propios mediante el uso de un laminado especial de carbono cuyas fibras continuas recorren el tubo de dirección hasta las punteras traseras para aumentar aún más la rigidez general del cuadro y, a la vez, mantener su flexibilidad consiguiendo una calidad de conducción inigualable del cuadro (tirantes y vainas), brazos de horquilla y tijas. Estas zonas especiales resisten con mayor eficacia fuerzas laterales mientras absorben fuerzas verticales, derivando en un menor cansancio y una mayor velocidad y comodidad durante la conducción.
Los elementos que componían dicha joya eran: Un cuadro F29 BallisTec HI-Mod Carbon con tecnología SPEED SAVE, el pedalier BB30 y el tubo de dirección de 1.5" Si (Lefty System Integration), la horquilla Lefty Carbon XLR 90 29, con una Transmisión Shimano XTR de 2x10 velocidades con juego de bielas Cannondale HollowGram SiSL2 y platos SRAM X0. Los frenos Shimano XTR con discos 160/160 (delantero/trasero). Las ruedas ENVE Carbon Twenty9 con buje delantero Lefty SL y buje trasero Chris King, con cubiertas Schwalbe Thunder Burt EVO Snakeskin en 29x2.1".
El caso es que “la joya” costaba la friolera de agarraros los machos de: 8499 Euros.
Yo me quede ojiplático, sin palabras. Le tranquilice, le dije que se lo solucionaba ipso facto, y así hice, saque de mi alforja trasera el saquito de herramientas y escarbando entre mis variados útiles extraje el tronchacadenas, procedí a quitarle el eslabón dañado y acortarle uno, ensamblé y ¡¡hala!!, listo. El tío, mientras tanto, diciéndome que esto no le había pasado jamás y, que cuando bajara a la ciudad iba a ir a la tienda de bicicletas para poner una reclamación e incluso cambiar la cadena por una de mejor calidad; yo, flipaba, mientras el “lumbreras”, no paraba de chupar de su flamante camelback de última generación, ¡¡vete tú a saber, si no llevaba dentro un Rioja!!.
El hombre no cabía en sí de alegría, y agradeciéndome el trabajo realizado salio flechado pista abajo, con su maillot de diseño, sus gafas fashion y guantes a juego.
Guardé mis herramientas, seguí, con mi pedaleo tranquilo el mismo camino que él, con mi Trek de 300 euros, pensando que el “habito no hace al monje”, como decía mi abuelo, preguntándome cuantas personas como aquella hay en este mundo occidental, con otras aficiones y circunstancias que siguen el mismo patrón de comportamiento: vanidosos, ególatras, alto poder adquisitivo, consumo desaforado y compulsivo, pero, incapaces de llegar a comprender que para vivir y apreciar la belleza del instante y las personas que nos rodean, no hace falta consumir desaforadamente. Por la tarde, llegué a Cercedilla, habiendo pasado un excelente día en la montaña, rodeado de los infinitos murmullos del bosque y del agua de los arroyos, sintiendo la pureza del aire, de un día de finales de verano.  

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