domingo, 19 de agosto de 2012

textos

El viaje a Arcadia


El otro día me preguntaron por el viaje perfecto. Pensando en ello solo pude pensar en un viaje en bicicleta realizado ya.
Aquel viaje siempre vendrá a mi memoria como un cuadro lleno de luz y equilibrio compositivo, cuya“gama de colores”, de “luces”, de “texturas”, y de “claroscuros” rozo la perfección
Con lentas y suaves pinceladas todas las personas que hicimos ese viaje fuimos creando ese cuadro, cuyo titulo pudiera haber sido: “El viaje a Arcadia”.
En ese cuadro, si lo llegarais a encontrar alguna vez veríais silencios y palabras, veríais cielo azul y lluvia, veríais averías y reparaciones; en ese cuadro, en algún rincón veríais la luz del sol y la luz de la luna llena, observaríais en primer plano susurros de agua y murmullos del bosque, veríais iglesias románicas y tumbas de reyes, podríais llegar a ver pequeños detalles como botellas de vino, cañas de cerveza y paellas en un tren.
Cuando observarais ese cuadro llegaríais a escuchar desde multitud de cantos de pájaros hasta el canto de un mirlo solitario en una noche cuajada de estrellas.
No faltarían en él amaneceres al lado de un río, un panadero trayéndonos el pan, poco después de salir del saco de dormir, un poema recitado al viento del amanecer de Miquel Martí i Pol, pequeños animales del bosque saliendo a nuestro encuentro, majestuosos buitres señalándonos el camino, una viajera que se perdió entre la espesura del bosque y compitió con el viento entre las hojas de los robles, miradas llenas de sensualidad y belleza.
En ese viaje los días fueron igual de intensos que las noches, noches llenas de risas y palabras, de música y de estrellas, de licor de nueces, de hierba, y de dibujos en una servilleta al calor de un bar; noches llenas de reflejos de la luna en las aguas de un río, noches de paseos por una carretera perdida en el tiempo, noches llenas de calma, serenidad y silencios.
Días llenos de luz, de juegos de palabras, de pequeños apeaderos, de iglesias excavadas en piedra, de tumbas de piedra, de fiestas en un pueblo, de cantos gregorianos, de siestas al lado de un arroyo, de horizontes abiertos, de dibujos apenas esbozados, de cadenas que se rompen y de manos que se encuentran.
Si alguna vez alguien me preguntara por ese cuadro, les diría que sigue allí, allí donde lo guardamos cada uno de los que lo hicimos posible, allí, en el mismo lugar donde empezó.

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