domingo, 19 de agosto de 2012

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La bicicleta gris


Allí estaba otra vez, llevaba cuatro días seguidos viéndola aparcada cerca de la estación, como los días anteriores. Me dirigía como todos los días por esas horas, camino de la rutina, camino del trabajo.
La reconocí de inmediato: gris, con los pulpos verdes en el transportin trasero y las anillas de los pantalones enganchadas en los cables del freno.
Me resultaba raro verla sin su dueña, la última vez que las vi juntas,- a ella y a la dueña- con las alforjas cargadas fue en un viaje por tierras de Extremadura, hacia ya dos años de ello.
A medida que iba andando camino del tren, los recuerdos se me iban agolpando en mi memoria. Y ellos me llevaban a aquel día en el que un amigo nos presento.
Por entonces M., que así se llamaba la dueña de la bicicleta gris, cogía la bici para ir al trabajo pero no con mucha continuidad y quería empezar a viajar y conocer las tierras de su país a lomos de su bicicleta. Nuestro común amigo y yo, la pusimos en contacto con un pequeño grupo de personas que se dedicaban, en su tiempo libre, a viajar en bicicleta. En principio M. tenía algo de miedo por no estar a la altura del grupo, pues ella montaba poco y pensaba que no podría seguir su ritmo, pero rápidamente se dio cuenta de que su miedo era infundado, pues el grupo cuidaba muy mucho de dejar atrás a sus más débiles integrantes, y de vez en cuando paraban, hablaban, se reían con pequeñas anécdotas ocurridas durante el trayecto, con lo cual los viajes se hacían agradables y relajados. M. poco a poco fue cogiendo confianza y empezó a percibir otra forma de moverse por el mundo, y otra forma de conocer gente nueva además de las que ya conocía.
Ahora que ya ha pasado mucho tiempo de esto, sentado en el tren, pienso en los pequeños cambios que pueden tener lugar en la vida de las personas y que la llevan a acercarse a una percepción desconocida en su vida.
Ahora M., - quien me lo iba a decir - no se mueve por su pequeña ciudad sin su bicicleta y recorre países lejanos e incluso comparte sus pedaleos con su pareja, también amante de los horizontes abiertos y de los cielos estrellados del desierto.
Poco a poco desde el interior del tren, el bosque de encinas y alcornoques deja paso a las grandes extensiones abiertas, poco más allá la ciudad, atrás queda la bicicleta gris, atrás queda el pasado.

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