domingo, 19 de agosto de 2012

textos

¿Qué sientes cuando vas en bici?

(Relato imaginado al cien por cien, no real, ni personal,........... cosas de la imaginación)

Algunas veces, ante ciertas preguntas te vienen a la memoria circunstancias muy concretas que te han sucedido o les han sucedido a otras personas, cosas como lo que voy a tratar de narrar sucedió, no ha mucho, en un lugar de cuyo nombre sí quiero acordarme, Madrid.
Andaba yo en bicicleta después de haberme echado entre pecho y espalda un pedazo cocido madrileño, de esos que no se los salta un gitano, con sus garbanzos, su tocino, sus huesos de caña para el caldito, su patata, su repollo, su choricito, en fin pa qué os voy a contar.
Era un tórrido día de primeros de verano, de esos de 37 grados centígrados a la sombra del tendido del 7, cuando cogí la bicicleta camino del trabajo; andaba yo jugando con los cambios para coger la pequeña subida de la calle San Bernardo, cuando sentí una pequeña agitación a la altura del ombligo, no sé como definirla, el caso es que me produjo una sensación de aviso previo a algo más importante, que no llegaba a vislumbrar, pero que deje correr, así, seguí subiendo hasta llegar a enfilar dirección Glorieta de Bilbao, en esto, que me viene como una especie de síntoma, como una pequeña sensación de “Efecto Ventouri”, propiciado, achaque, a la despampanante comida que minutos antes había saboreado, a todo esto cambiando al plato grande y a un piñón más pequeño para permitirme ir más fluido antes de llegar a Alonso Martínez y acometer la bajada a Colón.
De repente, tengo la seguridad completa que estoy como hinchado y que el continuo movimiento de rodillas, caderas e intestinos me producen una estimulación que no sé donde me va a llevar, pero, que empiezo a sospechar.
Enfilo la Calle Goya y, un semáforo se me pone rojo, justo en la transversal con Serrano, así, que como siempre suelo hacer, pongo mi pie izquierdo sobre el asfalto e inclino ligeramente la cadera, ¡¡en que hora, “madre”!!, justo cuando estoy frenando, a mi izquierda para un Mercedes, de color azul ultramar, elegante él, de una línea de esas que dicen aerodinámica, de esos descapotables con un tío requetepeinado, de esos con gomina en el pelo y trajeado impecablemente, me mira con gesto despreciativo, de esas miradas que lo dicen todo de ese tipo de individuos, y, yo, que en ese momento giro un poco la cadera y ¡¡Señor!!, ¡¡Señor!!, relaje de tal manera la zona donde la espalda pierde su buen nombre, que estalle en una amalgama de sonidos y olores, que se expandió en un radio de unos dos metros; el semáforo todavía en rojo y el ejecutivo requetepeinado, con gomina en el pelo y traje de Milán, tragándose todo, todo, todo.
El semáforo se puso en verde y yo un poquito más aliviado seguí pedaleando camino del curre, todavía con ciertas sensaciones un poquito molestas, pero, ¡¡Pardiez!! que me sentí en ese momento muy a gusto sobre mi bicicleta.

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